Los comicios estatales del domingo 18 de octubre han dejado claro que el lopezobradorismo es derrotable en las urnas, y que el peor enemigo de Morena es Morena mismo.
Nadie esperaba que Morena y sus liados arrasaran en las elecciones del domingo en Coahuila e Hidalgo, pero tampoco que el PRI volviera a mostrarse como un partido sólido y competitivo.
Los resultados de las primeras elecciones de la era COVID-19 dejan ver un deterioro importante de la fuerza del partido en el poder, acaso auspiciado más por sus propios errores, que por los aciertos de la oposición.
Aunque, lo primero que habría que decir es que el PRI –ese partido desdibujado y desprestigiado a nivel nacional– no jugaba de oposición en Coahuila e Hidalgo, dos de los cinco estados en los que el tricolor jamás ha perdido la gubernatura.
Lo segundo es que los gobernadores Omar Fayad, de Hidalgo, y Miguel Riquelme de Coahuila, supieron leer las debilidades de Morena desde hace meses, y prepararon las estructuras tricolores para un domingo redondo.
En Coahuila, con el 100 por ciento de las actas computadas en el Programa de Resultados Electorales Preliminares, el PRI se llevaba 16 de los 16 distritos, con más de 415 mil votos, equivalentes al 49.3 por ciento de la votación emitida a nivel estatal, lo que le dará una preponderancia indiscutible en el Congreso local y una base sólida de cara a las elecciones de gobernador de 2023.
Mientras que, en Hidalgo, un deficiente sistema de resultados preliminares no validado por el Instituto Nacional Electoral dejaba ver que el PRI aventajaba en 32 de 84 ayuntamientos (entre ellos, Pachuca); el PRD en 7, Morena en 6, el PAN en 5, Nueva Alianza en 5, PT en 4, PVEM en 3, el PES en 5, MC en 3, PAN-PRD en 6 y Morena-PVEM-PT-PES en otros 5.
Tercero: Morena y la 4T pagaron los costos de su propio conflicto interno; el partido que en 2018 había arrasado en las elecciones federales en ambos estados ahora ni siquiera tenía dirigencias estatales.
Emulando su pleito a nivel nacional, Morena de Coahuila e Hidalgo fue incapaz de procesar en unidad sus candidaturas en los estados que fueron a las urnas este domingo. Incluso, sus facciones y personajes acudieron a los institutos y tribunales electorales locales para denunciarse entre sí.
En Hidalgo, la coalición encabezada por Morena había ganado las dos senadurías y la mayoría de los distritos electorales federales en 2018. Dos años después, con trabajos pudo posicionarse en una decena de los 84 ayuntamientos disputados.
En Coahuila, donde el senador Armando Guadiana ganó para Morena el estado en 2018, la fuerza lopezobradorista se diluyó, ganó cero distritos y obtuvo apenas el 19.3 por ciento de los votos.
Más allá de la eficacia de la operación priista o la maquinaria impulsada por los gobernadores Fayad y Riquelme –que habrá que esperar a ver si es denunciada ante instancias legales por Morena–, ambos descalabros dejan ver que la 4T está pagando la factura de su eterno conflicto interno, su falta de institucionalidad y de seriedad para construir un proyecto político más allá de la figura de López Obrador.
Cuarto: Morena también paga los platos rotos de un gobierno federal que no es bien calificado por la ciudadanía en lo económico, en seguridad, en combate a la pobreza y en el manejo de la crisis sanitaria derivada de la pandemia de COVID-19.
Además, las simpatías que aún despierta López Obrador, que según varias encuestas pueden seguir abarcando a más del 50 por ciento de la población, ya no se traducen automáticamente en votos para Morena, como sí ocurrió en 2018.
Finalmente: no es que Morena haya dado un paso irreversible hacia su derrota en las enormes elecciones de 2021. Afortunadamente, en democracia nadie gana ni pierde para siempre.
Sin embargo, Coahuila e Hidalgo –los comicios en pandemia– han dejado claro que el lopezobradorismo es derrotable en las urnas, y que el peor enemigo de Morena es Morena mismo.