Quizá fue el primer político mexicano que, antes de la ola de entrenamiento mediático que puso de moda la especialización en la brevedad forzada del mundo digital actual, comprendió el valor de los “soundbytes”: esa frase recordable por buena, elocuente o irónica que solemos retomar los medios para destacar o encabezar notas.
Porfirio Muñoz Ledo es un experto en ellas y cuentan que todos los días durante muchos años, mientras hacía ejercicio y se bañaba y arreglaba en 14 minutos cronometrados, pensaba en la que diría ese día para ganar la atención de los medios.
El abogado nacido en 1933 lo logró muchas veces. Es, ni duda cabe, un hombre que ha leído y mucho, un parlamentario consumado (el que tiene el mayor número de intervenciones en tribuna en el país, incluyendo la histórica interrupción desde su curul a un presidente, Miguel de la Madrid, cuando nadie se había atrevido a interpelar a uno). Secretario de Estado con Luis Echeverría y con José López Portillo, tiene experiencia internacional, dirigió ya dos partidos (el PRI y el PRD) y quizá sólo le faltó ser presidente de la República (lo intentó, con una campaña en el 2000, con el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, el PARM, partido al que dejó botado y sin votar porque decidió darle su apoyo a Vicente Fox).
Su experiencia es sólo comparable con su ego.
Ahora lee bien también el momento. Ante esta disputa morenista de quién será el próximo dirigente nacional de Morena, tema que no se resolvió por la encuesta que tres diferentes casas hicieron a solicitud del Tribunal Electoral y que lanzó un empate entre él y Mario Delgado, apela a la única persona que puede decidir: el presidente Andrés Manuel López Obrador.
“Si el presidente quiere partido, que me deje actuar, que me apoye, hay poco partido porque hay mucho movimiento”, dijo ayer un Muñoz Ledo al que no le dejaron tomar posesión como “presidente legítimo” en la sede de Morena ayer que fue tomado por unas jóvenes feministas que lo señalaron -algo grave, sin duda- por acoso sexual (ojalá y que sí hubiera denuncias formales ante el Ministerio Público, es importante. Que al legislador le gustan las mujeres jóvenes no es un misterio: ahí está su documentada vida personal, pero sí faltaría que haya una valiente quien cuente en primera persona y presente cargos oficiales más allá de una denuncia en redes sociales. Yo conozco al menos una y era su par en la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México en la que fui también diputada).
Ayer el mismo Porfirio retó en el noticiario de José Cárdenas, que retaba a quien, siquiera, le haya dedicado un piropo en la calle a ir al Ministerio Público. Vaya, vaya.
Pero volvamos a la pregunta. Que no tiene una respuesta sencilla. ¿Querrá realmente el presidente un partido? No lo sé; quizá no.
Que lo necesitaba para contender por la presidencia al salirse del PRD, ni duda cabe. Que creó un movimiento amplio que unió bajo su figura lo mismo al confesional PES (que ahora renace) que el oportunista PVEM y a muchas otras voluntades, sí. Pero ahora, ¿un partido que tenga corrientes, que opine, que pudiera diferir de sus deseos que son órdenes? Quizá no.
Estoy segura que quien le garantice absoluta lealtad ciega será el dirigente. Y una persona así nunca ha sido Porfirio. Está en juego el 2024, el nombramiento de él o la sucesora de AMLO, que bien sabe él, sería clave para su paso a la historia que es de lo que más le importa.
Por lo pronto muy atrás quedó ya el momento en el que, al dejar la presidencia de la Cámara de Diputados, Delgado felicitó a Porfirio de buen talante: “¡Felicidades, Porfirio! ¡Gracias, Porfirio! Eres el Batman de la democracia”. Y él le respondió: “Y tú el Robin, el Robin a veces”.
El virrey López Gatell
Estuve viendo a ratos la comparecencia, ante la comisión de Salud del Senado del subsecretario de Salud, Hugo López Gatell. No le fue nada bien. Finalmente la cancelaron porque no había “las condiciones” para continuar, por las críticas de la oposición. Vaya, vaya. ¿Si ellos hubieran estado en la oposición hubieran aceptado algo así?
Fue Lilly Téllez, senadora electa por Sonora, quien realmente puso el dedo en la llaga: más que el número de contagios, es la letalidad más alta del mundo la que que nos debería ocupar y preocupar (de ahí el elevado número de muertos, que, ya se ha dicho, supera hasta el escenario “catastrófico” que nadie más que él puso).
Le entregó un centro y lo nombró “Pequeño Virrey del país de las camas vacías y los muertos en casa”. Ouch. Y es que tiene razón: la comunicación jamás se enderezó tras ese primer momento en que la mayor preocupación era que se agotaran las camas. Ese momento, ya comentado en esta columna y por él aceptado, en el que se tardó 15 días -en el inicio de una pandemia es clave- en convencer al presidente, vía personas de su gabinete, que no él -quien supuestamente se basa en evidencias “científicas”- que a lo que nos enfrentábamos era grave.
La primera gran preocupación sí fueron las camas, claro. La reconversión hospitalaria. Pero ahí se quedaron. No cambiaron el discurso. Ni aún con algo tan sencillo y claro, como el cubrebocas.
La cara con las cejas alzadas de López Gatell son de antología. Ni qué decir del momento de la entrega de dicho “cetro”.
Sólo en México
Interesante el papel de la no-primera dama que firma “Beatriz Gutiérrez de López Obrador” en París. Hace una labor que debería encargársele, creo, a la cancillería. Tiene entrevista con un jefe de Estado, el Papa, también líder espiritual, al que le insiste en que ofrezca una disculpa por la Conquista. Y pide, al entregar una carta que también se trasladen Códices a México al menos para una exposición (qué curioso que en eso la 4T no escatima en gastos).
Su esposo le encarga que traiga el “Penacho de Moctezuma” (que al parecer no era de él, pero qué más da) ante el presidente de Austria, Alexander Van Der Bellen.
¿No es algo que debería de hacer, en todo caso el canciller Marcelo Ebrard? Pero, no, Ebrard está ocupado haciendo de secretario de Gobernación, cargo que formalmente ocupa Olga Sánchez Cordero.