Así como muchos transeúntes sienten la compulsión de evitar pisar las líneas que separan las baldosas, a mi me entretiene la de relacionar con datos casuales mi fecha de cumpleaños.
Una de las primeras que registré fue la coincidencia con el nombre de la Liga Comunista 23 de Septiembre, que me llevó a investigar por qué la habían bautizado así, descubriendo que esta organización guerrillera se estrenó asaltando un cuartel militar en Chihuahua el 23 de septiembre de 1965. Un político mexicano razonablemente reconocido, Pablo Gómez, formó parte de la misma.
Evidentemente hay otras, como la que propició que aplazara durante un año este escrito, para que coincidiera la fecha que menciono con la fecha de publicación, pero lo que realmente motivó escribir al respecto fue el regalo de cumpleaños que Jovana me hizo en 2018.
Hace dos años, pocos días antes de la fecha mencionada andábamos dando una vuelta por el centro comercial Perisur. Buscábamos algo específico, aunque no recuerdo qué. El punto es que en esa plaza hay un Péndulo al que fui a darme una vuelta y en la mesa de Novedades destellaban majestuosos los Diarios de Alejandra Pizarnik.
Supe que lo pediría de regalo y no me equivoqué, porque cuando finalmente lo tuve en mis manos, el mismo día de mi cumpleaños, noté que en su primera página contenía un mensaje para mí:
23 de septiembre (de 1954)
un nuevo día llegó
pleno de sol y de sombras
un nuevo día llegó
a enquistarse en mi hondo caudal señero
el nuevo día es torneado
e insulso
día sin soplo ni dicha
es un sábado verde molido
en la nada
es un sábado deshecho en la vertiente del vacío.
Ese inicio me dejó perplejo por el hecho de que comenzaba su diario en el día de mi cumpleaños, pero además porque los versos pueden ser interpretados como referidos a un inicio o al nacimiento, así como a lo intrascendente y efímero del tiempo desde la perspectiva humana.
Por aquellos días ya escribía para este espacio y me pareció buena idea hablar de esta poetisa argentina, supuestamente muy admirada y apreciada, con gran número de fans, pero que en los hechos considero ha sido poco leída realmente.
Flora Alejandra Pizarnik nació en Argentina el 29 de abril de 1936 y murió el 25 de septiembre de 1972. Se dice que tuvo una infancia difícil marcada por el asma, tartamudez y obesidad que pudieron haber determinado su estilo literario, pues aunque no he leído su poesía, con toda certeza podemos enmarcarla en la corriente de los decadentes o malditos.
Los Diarios están editados por Lumen y forman un volumen de 981 páginas, conformadas por 20 “Cuadernos” que inician en el año de 1954 y concluyen en 1971.
En 1972 decidió quitarse la vida a los 36 años -justo los que cumplo hoy-, ingiriendo 50 pastillas de un barbitúrico llamado Seconal. Se encontraba recluida en un hospital psiquiátrico pero obtuvo un permiso para salir el fin de semana en que decidió suicidarse. En su habitación encontraron los siguientes versos: “no quiero ir – nada más – que hasta el fondo”.
No he concluido la lectura de sus Diarios, pues para ese género literario prefiero la lectura esporádica, pero se puede apreciar un claro gusto y aprecio por Proust, y algunos de sus pensamientos o ideas, que en breve compartiré, denotan una clara influencia de pensadores como Sartre, Mallarmé, Baudelaire, Rimbaud, Gide y Kierkegaard.
Algunos fragmentos:
Sensación de no ser más que un corpúsculo rebelde en el cosmos descomunal. ¡Domingo! Su habitación se había introducido en las penumbras mientras ella estuvo elucubrando su fobia dominical.
Entro en una librería desconocida. Me dirijo a los anaqueles coloreados, llena de curiosidad y tensa de emoción. La esperanza de hallar “algo nuevo” es quebrada por la voz del empleado que me pregunta qué títulos busco. No sé qué decirle. Al fin, recuerdo uno. No está. Hubiese querido seguir mirando, pero sentía sobre mí el peso de esa mirada comerciante, tan estrecha y desaprobadora ante alguien que “no sabe” lo que quiere. ¡Siempre lo mismo!
¡Siempre hay que aparentar la posesión de un fin! ¡Siempre el camino rectamente marcado!
Compruebo que no es posible escribir bajo el “dolor puro”. Hace unos instantes me sentía tan, pero tan angustiada que, cuando traté de concretar por escrito mis emociones, la pluma resbaló de mis dedos llorosos.
Ninguna dificultad se compara a la de explicar pacientemente a una persona mediocre la raíz de nuestro desencasillamiento. De nuestro disconformismo. De nuestra inmoralidad.
Quisiera electrizar mis ojos y sacudirles su inercia doméstica.
Tiemblo por mi subjetividad. Desconfío de mi constancia. ¿Cómo podría lograr llegar hasta el fin?
Cierro los párpados y recorro mi vida. Sonrío. ¿Se la puede llamar intensa? Creo que sí. Inconscientemente intensa. Cada día lo siento más. Cada minuto tomo más conciencia de mí y mi sonrisa se amarga.
El vacío. Apollinaire aconsejaba para vencer el vacío escribir una palabra luego otra y otra hasta que se llene.
La televisión es un estupefaciente inofensivo para burgueses introvertidos.
El vidrio de la ventana está empapado por millares de gotas de agua que se abrazan camouflageando el paisaje.
No sé, pero yo quisiera otra cosa para mí. Aun en estos momentos en que me siento tan animal, tan frívola, siento firmemente que deseo estudiar, escribir, curarme, viajar y no casarme nunca.
Lloré porque jamás conoceré el encanto de la comunicación plena.
Me siento débil y temerosa. Es como si hubiese llorado por la soledad del ser en general.
Finalmente, si usted tiene interés por este tipo de literatura o temática de corte existencial, intimista o introspectiva, puede ser de su interés la película “I’m Thinking of Ending Things” de Charlie Kaufman, disponible en Netflix.
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