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sábado, noviembre 23, 2024

Gabriela, Luis David y Alex, son pacientes que se recuperaron de covid en Sonora: “No es una sentencia de muerte”

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Por Paty Godoy
El día que su jefe le avisó por teléfono que había dado positivo a la prueba de COVID-19, Gabriela Angulo pensó que era una broma. Sonrió nerviosa unos segundos y le dijo que por favor no jugara con eso. A esta doctora de 43 años le parecía extraño que esa leve gripa, que confundió con una alergia por el polvo, fuera en realidad la manifestación de ese virus que tiene atemorizado a medio planeta. “Pensé que el COVID era más agresivo”, expresa.
La confirmación ocurrió el 12 de mayo y desde ese día, esta trabajadora del Isssteson no volvió a salir a la calle. Se quedó en su casa y atravesó una de las experiencias más fuertes de su vida aislada, pero no sola. Lo hizo acompañada de un «angelote que está allá arriba». Ese «angelote» del que habla Gabriela es su padre, que se fue de este mundo hace 4 años, producto de una grave y desconocida enfermedad. Su espíritu estuvo con ella durante esta desconcertante travesía por la enfermedad. Y le dio fuerza. «En mi soledad, aislada en mi casa, platicaba con él a diario, le pedía que me ayudara a salir bien de esta». Nunca tuvo fiebre ni tos, solo gripa y cuerpo cortado.
Esas conversaciones que mantenía con su padre le ayudaron a que su ánimo no decayera. “Después de recibir la noticia pensé ‘y si me va mal y si se complica’”, recuerda. Pero su tendencia a ver el lado positivo de las cosas salió a flote y convirtió ese nerviosismo en fuerza para seguir adelante. “La mente es poderosa y me dije ‘no pasa nada, no tiene porqué irme mal, estoy sana, me alimento bien y tengo una red de apoyo muy firme”, rememora.


Y lo logró. Gabriela Angulo forma parte de esa estadística a la que casi no prestamos atención. Esa curva imparable pero silenciosa de los pacientes recuperados de COVID-19. Porque al igual que cada día se infectan decenas de personas también muchas se curan. Según los datos de la Secretaría de Salud en Sonora, desde que inició la contingencia 401 personas se han enfrentado al virus y lo han superado.
 
Una experiencia “traumática”
Esta cifra demuestra que aunque el coronavirus es una enfermedad letal –a la fecha van 432 fallecimientos oficiales en el Estado– no necesariamente es una sentencia de muerte. Del coronavirus también se sale. No sin grandes dificultades, pero se sale. Lo sabe muy bien Luis David Barrera, que sufre una cardiopatía y lo dieron de alta el pasado 26 de mayo, tras pasar 10 días hospitalizado en la Clínica 14 de IMSS, en Hermosillo.
A este exservidor público de 61 años los síntomas le comenzaron el 9 de mayo: escalofríos muy intensos y dolor de cabeza. Su esposa sugirió que quizá se había excedido con el ejercicio y no le dieron mucha importancia. Habían respetado escrupulosamente el confinamiento y por lo tanto no había nada que temer. Pero el virus se coló en su casa. ¿Cómo? No lo sabe con certeza, pero es probable que fue a través de su hijo nutriólogo que no ha podido dejar de trabajar.

Pasaron los días y Luis David comenzó a tener problemas para respirar hasta que no pudo más. Otro de sus hijos lo trasladó de urgencia al hospital y ahí dio positivo al covid. La experiencia –cuenta– fue traumática. “Aún estoy en recuperación. Este virus te deja muy lastimado física y emocionalmente”, confiesa.
Luis David todavía se emociona cuando recuerda lo duro que fue ser testigo de las batallas que libraba a diario el personal médico de ese hospital. Relata que había noches en las que escuchaba a los doctores pidiendo a gritos el carrito rojo, ese que tiene todo lo necesario para entubar a un paciente; otras noches oía pasos que subían y bajaban corriendo escaleras y de repente el silencio… Porque el silencio en un hospital muchas veces perturba. El silencio en un hospital muchas veces significa el fin, la muerte de un paciente.

En su habitación había cinco pacientes más. La mayoría estaban entubados. Ese fue desde el principio el gran temor de Luis David: que sus pulmones se debilitaran al grado de que tuvieran que inyectarles oxígeno. Por su cardiopatía ese era su destino, pero luchó con todas sus fuerzas para evitarlo. Aunque se sentía muy mal, intentó no mostrar sus síntomas para que no tuvieran que entubarlo. Hasta que una noche todo cambió.

Cuenta que decidió ponerse de pie, se quitó la sonda de oxígeno nasal y le pidió ayuda a su Dios. Luis David es un hombre de fe y está seguro que le ayudó. “Esa noche, en cuestión de horas, toda mi situación cambió, aquel hombre que no se podía mover, ni respirar de repente comenzó a sentirse bien”, detalla. Pudo andar los 20 pasos que separaban su cama del baño. Días antes lo había intentado y no pudo, tuvo que regresar gateando con la ayuda de una enfermera. La mañana siguiente los médicos se sorprendieron de su estado. Le revisaron sus pulmones y constataron que “había mejorado”. Le dieron de alto un par de días después.

 
Un contagio importado
Hay vida después del coronavirus. Alex Ponce a sus 30 años también lo sabe. Fue el primer caso oficial que se registró en Navojoa. Fue uno de los llamados “contagios importados”. El 15 de marzo regresó de un viaje a Francia y tres días después comenzó a sentirse mal: cansado y sin fuerzas para trabajar, pero nada más.
Por esas fechas, el coronavirus estaba apenas llegando a México, pero en Europa la situación ya era de emergencia sanitaria, por eso y porque comenzó a sentir fiebre decidió hacerse una prueba en un laboratorio privado. El resultado fue positivo y de inmediato dio aviso a las autoridades de Salud que, tras un nuevo examen, confirmaron el contagio.

Este ingeniero de mezclas y productor musical nunca se sintió muy mal pero cuenta que el hecho de saberse enfermo le produjo una sensación desconcertante: “tuve miedo de que se fuera a agravar; estaba preocupado y paranóico”. Por fortuna, su situación nunca se complicó y pasó la cuarentena resguardado en su casa y acompañado de su esposa, Lorena Morales, que muy probablemente también tuvo covid pero de forma asintomática.

A Álex, como a tantísima gente, la pandemia le cambió la vida y sus planes. Su viaje a Francia tenía como objetivo el participar en un exclusivo curso con uno de los grandes referentes mundiales de la mezcla y la producción musical, Josh Gudwin. “Cuando aterricé en París me llegó un correo que me avisaba que se había cancelado el curso”.
Gudwin, que trabaja para artistas como Dua Lipa, Justin Bieber o Bad Bunny, volaría desde Estados Unidos pero a última hora canceló su vuelo. “Era una oportunidad especial, aplicó gente de todo el mundo y solo eligieron a 15”. Durante su aislamiento ya en Navojoa, Álex le escribió a Gudwin a través de Instagram: “tomaste una buena decisión al haber cancelado». Y le contó que durante su viaje se había contagiado de coronavirus. Nunca pensó que le respondería, pero ocurrió. “Me pidió mi número y me llamó para que le contara todo; estuvimos hablando un rato” comenta. Incluso lo invitó a que visitara su estudio en Los Ángeles. Alex espera más adelante poder hacer ese viaje.
Una experiencia transformadora
Las historias de Gabriela, Luis David y Álex son muy diferentes entre sí, pero tiene algo en común: esta experiencia los ha transformado. Les ha hecho ver, en medio de tanta niebla, las muestras maravillosas de cariño y solidaridad de familia y amigos pero también de gente que no conocían. Como los mensajes de ánimo que las nutriólogas del IMSS le escribían a Luis David en las tarjetitas que acompañaban sus comidas diarias. “Qué te mejores pronto”, “Ánimo”, “Mantén la positividad”.
Luis David nunca conoció al personal médico que lo atendió. Los protocolos de seguridad les obligaban a ir cubiertos de pies a cabeza, al grado de que era imposible verles la cara y escuchar su voz. Trabajaban dentro de un especie de escafandra. Sin importar esto y antes de abandonar el hospital, les dejó un mensaje de agradecimiento. “No encuentro palabras para agradecer sus finas atenciones, sus cuidados, sus palabras de entrega y dedicación a pesar de las limitaciones. Luchan contra un enemigo del que se desconoce su lado débil para poder atacarlo y vencerlo, pero aquí vamos y muchos la librarán por la bendición de tenerles a ustedes”, les escribió.

A Gabriela Angulo, haber pasado por esta situación la fortaleció y la llevó a hacerse preguntas sobre su vida y sus afectos. “Esto me dio mucho tiempo para pensar en mi vida y te das cuenta de tus amistades, de tu familia, de lo que vale tu vida y te preguntas qué sigue”, reflexiona. Para ella esta es una “segunda oportunidad” y lo que ahora planea es “vivir la vida al máximo, trabajar con más ganas y motivación”, pero sobre todo “ser una mejor persona”.
Alex Ponce aprendió a valorar esas pequeñas cosas que tenemos a nuestro alrededor, y que de tan cerca a veces las olvidamos. La convivencia con la familia, por ejemplo. O ese tiempo que pasa con sus dos perritas, Rita y Emilia. Esta experiencia le enseñó también que “debemos hacer lo que nos haga felices” pero también le puso frente al espejo la fragilidad de nuestras vidas. “Te das cuenta que nadie se salva –dice– y te hace ver lo frágil que es la vida”.
 
Miedo al estigma social
Haber vivido esta experiencia acarrea también algunos aspectos no tan positivos como el estigma social. El miedo a una enfermedad tan nueva y en torno a la cual existen aún muchas incógnitas, provoca que algunas personas actúen de forma irracional. Álex lo experimentó: “Navojoa es muy chiquito y cuando comencé a salir sentía que la gente que me reconocía se asustaba”. No obstante, intenta ser comprensivo y dice que entiende la preocupación de la gente, “mientras no sea agresiva”.
En ese sentido, Gabriela cuenta que tiene “mucha gente conocida que contrajo Covid-19 y no quisieron hacerlo público, unos por privacidad y otros por el estigma de los vecinos o por miedo a generar confrontaciones”. Ella por el contrario, considera que dar su testimonio ayuda a que mucha gente entienda que haber esto no una sentencia de muerte. “Veánme, yo no me morí, estoy bien y recuperada”, sentencia.
Quedémonos con una buena noticia. Gabriela, Luis David y Álex ya dieron negativo al examen de coronavirus. Lo importante de sus testimonios es que lanzan un grito de optimismo en un momento en el que la crisis sanitaria parece no dar tregua. Son ciudadanos anónimos que lucharon contra el coronavirus y lo vencieron. Son historias con final feliz. Son historias de esperanza.

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