Columna Diálogo
En enero de este año uno de cada cinco feminicidios en México fue menores de edad y en total 73 mujeres perdieron la vida por cuestiones de género según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
Refiero el caso de menores puesto que entre unas y otras víctimas el último que atrajo la atención nacional fue de una menor, pero son cientos ya de historias que tienen prácticamente encolerizado al país entero.
De 2015 a la fecha la incidencia de asesinatos en donde una menor de edad es la víctima se duplicó; hoy cada cuatro días una menor es víctima de feminicidio y la tasa representa un aumento del 10% entre 2018 y 2019.
98 niñas y adolescentes murieron en México el 2019 por razones de género, pero 191 fue la cifra de homicidios en contra de este sector con independencia de la clasificación del delito. También para ellas el 2019 fue el año más violento en la historia del país.
Y aunque la Ciudad de México es donde más se ha disparado el número de investigaciones por feminicidio, un 60% respecto al año pasado de acuerdo con el mismo SESNSP, el resto del país no se queda atrás.
En este mismo espacio en agosto de 2019 referente a una protesta de mujeres que terminó en evidentes casos de vandalismo en la ciudad de México, comentamos que el incremento de intolerancia y violencia en manifestaciones y en la vida pública no es gratuito, es resultado de la incapacidad para procurar justicia en nuestro país.
Este sentir de frustración y cólera está invadiendo todos los rincones a nivel nacional, muestra de ello los sucesos del pasado domingo en las instalaciones del Poder Judicial del Estado de Sonora, hechos inadmisibles; por lo menos cuestionables.
No hay justificación para combatir la violencia con violencia, pero sí hay razones de sobra para defender la vida misma, es instinto natural…el miedo. Muchas están asustadas, enojadas y se saben solas. El descontrol de su ira y agresiones hacia las mismas instituciones a quienes reclaman respuestas son la viva imagen de la limitación humana; cuando nos vemos cercados, acorralados, sin salida.
A esto ha llevado la impunidad que cubre a México, pero sobre todo la imparable ola de violencia.
El domingo un grupo de mujeres hizo saber que también en Sonora están enojadas y asustadas, pues los feminicidios aumentaron en nuestra entidad más del 22% el año pasado y se vivieron momentos negros de hasta tres asesinatos de mujeres en un solo día.
Sin contar los casos de agresiones, violaciones, secuestros y violencia intrafamiliar; estos últimos hasta agosto de 2019 habían registrado un aumento de casi el 70% en víctimas atendidas en el sector salud respecto al 2018 en Sonora.
Por otra parte, tampoco se puede negar la historia de nuestro sistema político y la forma en la que cada vez que es necesario se desvirtúan luchas genuinas de la sociedad actuante, se genera división a través del caos social o el temor; la desconfianza de unos contra otros para sofocar cualquier riesgo para el mismo sistema, es decir, riesgo de ingobernabilidad o descontrol social que han generado la caída de muchos imperios en el mundo.
Hay un extraño común denominador -que inevitablemente deja abierta la puerta para la sospecha respecto a este tipo de manifestaciones violentas-, que éstas se generan en momentos claves o específicos. Parece una práctica muy arraigada.
Por ejemplo, justo cuando el movimiento de ‘un día sin mujeres’ está tomando una fuerza sorpresiva como ningún otro en muchos años, cuando más de 18 estados de la república a través de sus gobernadores y congresos, más de 25 universidades públicas y privadas se suman a este objetivo en apoyo a las mujeres exigiendo un alto a los feminicidios, suceden estas manifestaciones violentas que sinceramente en Sonora, y menos en Hermosillo capital es común que sucedan.
Es más, desde el momento mismo que se convoca a una marcha pacífica se contrapone la sugerencia de acudir con el rostro cubierto bajo el argumento del temor a represalias. Por más de una década diversos grupos de mujeres organizadas han luchado por la equidad de género en nuestro estado con grandes avances hasta hoy, de diferentes partidos políticos, profesiones y estratos sociales; no recordamos al menos que alguna vez hayan aparecido en público con sus rostros cubiertos, todo lo contrario.
¡Por nuestras propias hijas, madres, esposas, hermanas y amigas debemos todos apoyarlas y exigir que esta ola de feminicidios pare ya! pero debemos cuidar la única esperanza que nos queda: la unidad.
Hay que decirlo como es, lamentablemente la violencia ocasionada en las instalaciones del Poder Judicial en Sonora ensombrece en buena medida un movimiento genuino.
Hay razones de sobra para estar enojados y desesperados, pero no podemos permitir que la sociedad se sofoque a sí misma porque entonces no habrá esperanza alguna.
La huella de nuestros actos son los símbolos que construyen el futuro. Un país intolerante del ojo por ojo y diente por diente no traerá la solución. O bien, preguntémonos ¿cuántas mujeres o niñas logramos revivir con estos destrozos, estas agresiones, este coraje incontrolado? ¿Cuántos agresores logramos meter a la cárcel? ¿Cuántos homicidios detuvimos en ese momento cometiendo vandalismo?
Por el contrario, la quema de expedientes afecta a más víctimas, es un retroceso en la justicia que estamos reclamando.
El coraje social debe tener un cauce positivo y no al contrario; no podemos darnos el lujo encima de todas nuestras tragedias, desbordarnos y consumirnos nosotros mismos.