La concesión del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado no fue solo un reconocimiento personal. Fue, sobre todo, una señal política. Las manifestaciones de apoyo en capitales de América y Europa, los pronunciamientos de líderes democráticos y la empatía de la comunidad internacional colocaron nuevamente a Venezuela en el centro del debate global, no como un problema crónico, sino como una causa con rostro, liderazgo y horizonte democrático.

Este respaldo ocurre en un momento de endurecimiento evidente de la política de Estados Unidos frente al régimen de Nicolás Maduro. Washington ha elevado el tono a partir de los señalamientos por vínculos con el narcotráfico, con acciones concretas que incluyen ataques a embarcaciones pesqueras utilizadas presuntamente para actividades ilícitas y la incautación de un buque petrolero venezolano. No es solo retórica: es presión operativa.
En ese contexto se inscribe la llamada telefónica entre Donald Trump y Nicolás Maduro, confirmada por ambas partes, y el trascendido de Reuters según el cual el mandatario venezolano habría explorado una salida negociada que incluyera garantías personales. Aunque no hubo acuerdos públicos, el solo contacto revela el nivel de desgaste del régimen y la búsqueda de salidas ante un cerco que se estrecha.

Al mismo tiempo, Caracas ha activado canales alternos. Los acercamientos del embajador venezolano en Rusia con el presidente de Bielorrusia muestran intentos por asegurar apoyos políticos fuera del hemisferio, en un eje de supervivencia más que de fortaleza. Son movimientos defensivos, no estratégicos.
Todo esto ocurre mientras, en Estados Unidos, los resultados electorales del pasado 4 de noviembre muestran a los demócratas ganando terreno, en un contexto de pérdida de popularidad de Trump asociada al desempeño económico y al impacto de los aranceles. Aun así, la nueva Estrategia de Seguridad Nacional redefine prioridades: seguridad hemisférica, combate frontal al crimen transnacional y control del entorno regional.
Es aquí donde convergen tres elementos. Primero, el desgaste de Maduro: una eventual dimisión daría oxígeno político a los republicanos y colocaría a Trump y a Marco Rubio como ganadores de una apuesta de presión dura. Segundo, en congruencia con la nueva estrategia estadounidense, ello permitiría asegurar la proyección territorial y económica de Estados Unidos en la región. Y tercero, al ser Venezuela el principal sostén externo de Cuba, se abriría un escenario inédito para debilitar —y eventualmente precipitar— el colapso del régimen cubano.

El Nobel a María Corina Machado no explica por sí solo este momento. Pero lo ilumina. Venezuela vuelve a ser una pieza clave en el reacomodo geopolítico regional. Y esta vez, el tablero se mueve con mayor rapidez de lo que muchos anticipaban.


