
Por tercera vez, la presidenta hace un llamado a Morena a respetar los principios de austeridad republicana y justa medianía. Lo hace luego de un año de excesos y exhibición de privilegios en la nueva élite política, esa que viste de guinda pero actúa igual que los de antes.
Entre los muchos mensajes que se mandaron el sábado en el mitin que encabezó la presidenta Claudia Sheinbaum en el Zócalo de la Ciudad de México, hay uno que ha pasado desapercibido, pero que vale la pena destacar: su llamado a los morenistas que ocupan un cargo público a regresar al principio juarista de la justa medianía, frenar sus excesos y dejar de exhibir sus privilegios.

Es la tercera vez que la presidenta les hace un llamado así de explícito a predicar con el ejemplo, y no caer en las prácticas que tanto criticaron cuando eran oposición. La primera vez lo hizo en su discurso de toma de posesión, en octubre de 2024, cuando les recordó que existen normas partidistas que los obligan a la austeridad republicana. La segunda, cuando tuvo que salir al paso de las críticas que desataron los viejes de verano —a todo lujo— de altos funcionarios y dirigentes, como Mario Delgado, Ricardo Monreal, Gerardo Fernández Noroña y Andy López Beltrán, el hijo del expresidente que hizo de la crítica a los excesos, los fifís y el consumismo el mantra del partido-movimiento: “por el bien de todos, primero los pobres”.
Es muy relevante que en la celebración de los siete años del inicio de la “cuarta transformación”, donde el mensaje principal se dirigió a los adversarios, la presidenta haya decidido referirse también a los suyos. No le importó borrarle la sonrisa a más de uno de los invitados especiales, arriba y abajo del templete, cuando a punto de terminar, les dijo: “Estamos juntos porque no robamos, no mentimos y nunca traicionamos al pueblo. Pero permítanme hacer una reflexión: la austeridad republicana significa reducir los privilegios y destinar los recursos públicos para beneficio del pueblo”.

Y de ahí se siguió: “En nuestro país, donde la mayoría de las y los ciudadanos viven con un salario mínimo que alcanza para cubrir lo más básico, no puede haber justificación moral, ética ni política para que quienes sirven al pueblo vivamos rodeados de lujos o privilegios; mucho menos si se asumen como parte de un movimiento que hemos prometido, desde nuestro origen, poner fin a los abusos del poder y transformar la vida pública de la nación”.
No viene nada mal el regaño de la presidenta, luego de un año de viajes a Japón (Andy), hospedajes de lujo en Europa (Monreal y Delgado), casas en Tepoztlán y viajes en clase premier (Fernández Noroña), exhibición de alhajas y ropa de lujo (Sergio Gutiérrez Luna y Diana Karina Barreras, tristemente conocida como “dato protegido”) y muchos derroches más que han descubierto y difundido ciudadanos y periodistas, tanto en redes sociales como en los medios.
Sonaba casi desesperada la presidenta cuando se dirigió a la nueva élite gobernante, hoy vestida de guinda, pero igualmente adicta a los restaurantes de lujo, las Suburban, los vuelos en jets privados y otros privilegios. “La cuarta transformación nació como una ruptura con el viejo régimen, no solo con sus prácticas, sino también con su forma en que gobernaban. Se trata de construir o seguir construyendo una nueva ética desde el poder, donde el servidor público entienda que no está nunca por encima del pueblo, sino al servicio del pueblo; que gobernar no es para tener privilegios, sino es una responsabilidad profundamente humana”.

Ojalá la escuchen y atiendan tantos gobernadores y gobernadoras; presidentes y presidentas municipales, diputadas y diputados (federales y locales), senadores y senadoras, secretarios, subsecretarios y otros morenistas con poder a quienes se les ha olvidado lo que tantas veces criticaron Morena y López Obrador: que los excesos y abusos ofenden al pueblo que dicen amar y respetar y que ha puesto los votos para que ellos estén ahí, gozando del poder.
Más de diez párrafos del discurso de Claudia Sheinbaum están dedicados a este tema, que ya le pasa factura a la popularidad de la presidenta y a la intención de voto de su partido, ambas muy altas tras un año de ejercicio, pero en un declive silencioso. Sheinbaum perdió cuatro puntos de aprobación de septiembre a diciembre (bajó de 78% a 74%), según la encuesta de Enkoll para el diario EL PAÍS, y Morena ha perdido 9 puntos de identidad ciudadana desde mayo.

Eso debe estar viendo Sheinbaum, y por eso decidió decírselos en su cara el pasado sábado, en un mitin de cierre de filas, de cohesión para encarar al adversario, pero también de reflexión y autocrítica: “El principio juarista de la justa medianía debe ser faro y guía. Benito Juárez, en su vida y en su ejemplo, enseñó que el deber de quien sirve al pueblo no es acumular riqueza ni rodearse de lujos, sino vivir con decoro, sin excesos. La justa medianía significa mesura, significa saber que el poder no se ostenta, se ejerce con humildad. Nunca olvidemos esos principios. No olvidemos que la transformación verdadera no solo es económica y social, también es ética y moral. Y para que perdure, debe nacer desde el carácter, la honestidad y la convicción de quienes han sido llamados a conducirla. La transformación significa nunca alejarse del pueblo, predicar siempre con el ejemplo”, les dijo.
Y sí, se borraron muchas sonrisas, se agacharon algunas cabezas y se intercambiaron miradas. Muchos no aplaudieron en el templete ni en las primeras filas —la zona VIP del mitin—, pero atrás, en medio de la gente acarreada desde la madrugada para llenar el Zócalo, el regaño de la presidenta fue celebrado con aplausos y ovaciones. Ojalá lo hayan escuchado aquellos a quienes su nueva líder les dirigió el llamado. Y ojalá que esta vez sí le hagan caso.


