Por Florina Garza Brunswick
“Mi hijo ya no me hace caso, se escapa de casa por las noches, comenzó a consumir sustancias, es agresivo con nosotros, se ha vuelto retraído… incluso ha intentado suicidarse. Ya no sé qué hacer con él”.
Situaciones como esta las escuchamos a diario en el centro de rehabilitación. Padres y madres que llegan desesperados, sin saber cómo manejar los arranques de sus hijos adolescentes, y que consideran como única salida el internamiento en un centro especializado.
Pero ¿realmente es la solución internar a un menor para que “aprenda la lección”?
Como directora de un centro de rehabilitación, he notado un incremento preocupante en los casos de padres que buscan ingresar a sus adolescentes por consumo de sustancias. Sin embargo, en muchos de estos casos, más allá del internamiento, lo que se necesita con urgencia es un cambio profundo en la dinámica familiar.
Sí, es difícil, sobre todo, cuando hablamos de jóvenes que crecieron sin límites claros, y que al llegar a la adolescencia siguen exigiendo las mismas libertades, pero sin responsabilidad ni control. Es una etapa en la que los cambios hormonales, la presión social, la búsqueda de identidad y la necesidad de aceptación los vuelve emocionalmente vulnerables.
Como padres, debemos estar preparados. Es natural que en esta etapa nuestros hijos quieran experimentar, cuestionar todo, y en ocasiones, desafiar los límites. La ansiedad, el miedo al rechazo y la confusión emocional pueden llevarlos a tomar decisiones equivocadas. Por eso, nuestro papel es fundamental.
La clave está en la comunicación real y constante. Y no me refiero solo a sentarse a tener una charla larga de vez en cuando, sino a que nuestros hijos sientan que estamos presentes. Que sepan, desde que amanece hasta que anochece, que tienen en casa un espacio seguro donde pueden hablar, preguntar, equivocarse y ser escuchados sin juicio.
No siempre nos contarán todo, y es normal. Pero debemos hacerles saber que, si no se sienten cómodos hablando con nosotros, podemos buscar juntos a alguien profesional en quien confíen. Lo importante es que comprendan que no están solos, y que estamos dispuestos a acompañarlos en lo que les duela o preocupe.
Sí, puede ser difícil. Habrá momentos de tensión, discusiones, gritos… incluso violencia. Pero es justo ahí donde debemos detenernos. Porque cuando la comunicación se rompe, recuperar la confianza es un camino cuesta arriba.
Hoy más que nunca, nuestros adolescentes están expuestos a una avalancha de información, mucha de ella peligrosa o distorsionada. Según las estadísticas, la edad promedio en la que inicia el consumo de sustancias como alcohol y cannabis es de 15 años, y el riesgo de desarrollar una adicción severa suele consolidarse hacia los 20 años.
Un joven sin herramientas emocionales, sin metas claras, sin un entorno familiar que lo sostenga, tiene muchas más probabilidades de caer en el consumo problemático. Por eso es urgente que pidamos ayuda a tiempo, que como madres y padres busquemos orientación y recursos para saber cómo actuar.
El internamiento en un centro de rehabilitación no debe ser una amenaza, ni una medida desesperada, debe ser una herramienta más —entre muchas otras— para sanar la salud emocional, tanto del adolescente como de toda la familia.
Los adolescentes no necesitan castigo, necesitan límites, sí, pero sobre todo necesitan comprensión, guía y presencia amorosa. Solo así podremos ayudarlos a salir adelante, antes de que sea demasiado tarde.
Si te identificas y buscas ayuda profesional no dudes en llamar a la línea de la Vida 800-9112000 y en Hermosillo Sonora llámanos al 6622-158021.
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La autora cuenta con estudios en Desarrollo Sostenible e Inclusión. Miembro activo de Centros Especializados en Tratamiento de Adicciones del Estado de Sonora, la Red de Organizaciones Civiles, la Junta de Asistencia Privada y la Mesa de Adicciones de la asociación Hermosillo ¿Cómo Vamos? Directora del Centro de Rehabilitación y Prevención en Adicciones La Posada del Buen Samaritano.