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miércoles, octubre 22, 2025

Double trouble

Bruno Ríos
Bruno Ríos es doctor en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Houston. Escritor, académico y editor.

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Una de las cosas que platiqué con algunos amigos justo después de la elección en Estados Unidos el pasado noviembre, fue el hecho de que la respuesta a la nueva administración no podía ser la misma. La incertidumbre estaba en el hecho de que parecía improbable que Trump 2.0 fuera una simple continuación de lo que había hecho durante la primera administración; pero había una posibilidad. Dicho de otra forma, habíamos vivido esos cuatro años en una crisis constante y de una u otra manera los sobrevivimos. Ya sea de un lado o de otro, estrechamos lazos de oposición o de extrañeza, pero seguimos. Lo que queda claro ahora, después de un mes de esta nueva administración, es que no se trata de una continuación de la primera. Hay, en su lugar, una estrategia clara con dos estrategias contingentes: un cambio de régimen, y con ello el desmantelamiento de las estructuras básicas de la maquinaria del Estado para el bienestar. Es, pues, un double trouble.

            Comencemos con el cambio de régimen. Más allá de una serie de políticas conservadoras que han venido arrastrándose desde los años de Ronald Reagan, el cambio de régimen que estamos viviendo está cimentado en una serie de virajes ideológicos que resultan fundamentales para entender lo que la apuesta de Trump está intentando hacer. Para empezar, la administración está cosechando aquello que viene haciendo desde el 2015: la era de la posverdad. Especialmente en la opinión pública, pareciera que vivimos en mundos distintos. Hay una realidad oficial y una realidad de calle. El cambio de régimen en este sentido es la centralización de la verdad y de la información a través del ejercicio del poder político y económico. Ha sido complicado desmantelar la inmensa red de información que tiene Estados Unidos, pero lo que hemos visto hasta ahora son gestos que vislumbran esa intención.

            El otro viraje ideológico del cambio de régimen es la justificación de las acciones de la administración contra la ciudadanía por medio de una visión de país que incluye la formación de un etno-Estado de raza blanca, y una teocracia que admite sólo el cristianismo evangélico como brújula moral, e incluso, estética. Esta pertenencia – étnica y religiosa – es la que se encuentra detrás de las políticas antiinmigrantes, esas políticas que han llevado a una especie de persecución simbólica por lo menos de miles de personas desde el mes pasado. Basta con ver el traslado de migrantes a Guantánamo, o después a Panamá en donde no tienen acceso a asesoría legal ni a ningún tipo de comunicación. Válgame, los tienen encerrados en un hotel (pueden ver la nota aquí).

            Podría seguir con otros gestos, pero por ahora esto bastará. La segunda bisagra de este momento está en el uso y legitimación de una oligarquía que se ha dado a la tarea desmantelar todos los servicios básicos del Estado hacia los ciudadanos, y también hacia otros en el mundo que dependían de lo que se la llamado el “poder suave” o “diplomático” de Estados Unidos. Este comparado con el poder de la fuerza militar, por supuesto. Elon Musk, el hombre más rico en la historia moderna, se ha apoderado sin explicación alguna del ejercicio del poder económico en el Estado y, bajo la bandera de la eficiencia y de la austeridad, se ha puesto a deshacer décadas y décadas de estructuras institucionales que brindan apoyo a los ciudadanos de este país. La poca asistencia social que existe en Estados Unidos está severamente amenazada y en vías de extinción. El ejecutor es aquél que más se beneficia de estos recortes, el propio Musk que tiene contratos multibillonarios con el Estado.

            Esta es la estrategia para los próximos cuatro años, por lo menos. Se trata de una completa reinvención de la forma en la que Estados Unidos opera de forma interna y externa, y sólo para el beneficio de los más poderosos, como siempre. Las cosas no se ven muy prometedoras, y el propio público norteamericano empieza a dar señales de hartazgo y resistencia. Al mismo tiempo, las estadísticas muestran que Trump es el presidente más despreciado de la historia, con números abisales en las encuestas a un mes del mandato. La encuesta de Gallup lo pone en un 47% de aprobación, una cifra históricamente patética en comparación con los presidentes desde el inicio de la segunda mitad del siglo XX. Pueden ver la encuesta aquí.

            En suma, no podemos reaccionar de la misma manera porque no es la misma administración. A pesar de la fatiga, lo que resulta imposible es quedarse callado. Sólo en el espacio de la crítica y de información hay un pequeño resquicio de luz en estos tiempos.

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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