La semana pasada, durante la primera sesión del Consejo Nacional de Seguridad Pública, la presidenta les obsequió un aterciopelado jalón de orejas a las y los gobernadores ahí reunidos. Por lo poco usual de la amonestación hacen falta antecedentes.
Los gobernadores siempre han sido indispensables para el combate a las organizaciones criminales, pero salvo excepciones se hacen los desentendidos cuando son convocados por el presidente. En su libro Decisiones difíciles, el expresidente Felipe Calderón Hinojosa explicó la ineficacia de su estrategia de seguridad por “la falta de cooperación práctica de los gobernadores”. Le boicotearon la aplicación del polígrafo a los policías y algunos se entendían con criminales.
El desdén de los gobernadores también ocurrió durante el sexenio pasado. El entonces presidente repetía que “vamos bien”, pero la asistencia de los y las gobernadoras a las Mesas de Paz que debían presidir en sus respectivas entidades era muy desigual. En otras palabras, la mayoría ignoró el repique de campanas que llamaba al combate, y eso influyó en el incremento en homicidios y desapariciones.
Apoyo esta afirmación con la única evidencia oficial que existe sobre la presencia física de los gobernadores: el Tercer Informe de la Estrategia Nacional de Seguridad Pública detalla el número de asistencias físicas a las Mesas de Paz de los 32 mandatarios estatales entre el 1ro de abril y el 31 de diciembre de 2021. Durante esos meses hicieron lo que quisieron y en lugar de que se les llamara a rendir cuentas los premiaron con otros cargos.
Entre los gobernadores más faltistas estuvieron Omar Fayad de Hidalgo (PRI) a quien AMLO envió de embajador ante Noruega; Cuauhtémoc Blanco de Morelos (Morena) está disfrutando del fuero de diputado y Francisco Javier García Cabeza de Vaca de Tamaulipas, acusado de delincuencia organizada por Morena, fue arropado este año por su partido, el PAN, con el título de consejero nacional vitalicio.
La CdMx está en el otro extremo. La entonces jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, asistió a 256 de las 261 sesiones y se alzó con el segundo lugar de quienes atendieron el deseo presidencial de acudir diariamente a las reuniones de seguridad. Esa sería una de las razones por las cuales la capital tiene buenas cifras en ese rubro.
Regreso al jalón de orejas que abrió este texto. El diez de diciembre la presidenta fue cuidadosa pero clara. Después de un “con todo respeto” y de un “respetuosamente” les dijo que no basta “con atender una vez a la semana” las Mesas de Paz; “hay que estar diario”. Reconocimiento tácito de que algunos gobernadores siguen evadiendo sus responsabilidades.
El reproche ocurre cuando se está dando un cambio en la estrategia federal. En Sinaloa, el Estado de México y Chiapas; el Ejército, la Marina y la Guardia Nacional despliegan su enorme capacidad bélica, mientras que la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana demuestra tanto la importancia de la coordinación entre instituciones como la relevancia de contar con buena inteligencia.
Para que los logros se hagan permanentes se requiere del concurso de los y las gobernadoras, del respaldo internacional y de la participación de la ciudadanía organizada. Lo ilustro con lo acontecido en Coahuila donde bajaron las tasas de homicidios y se atendió a las víctimas. Un hecho que suele pasarse por alto es que desde hace doce años los gobernadores Rubén Moreira, Miguel Ángel Riquelme y Manolo Jiménez se reúnen un sábado de cada mes –sin límite de tiempo- con las organizaciones de familiares de personas desaparecidas y no localizadas. Y Coahuila es vanguardia nacional e internacional en ese tema.
Cierro con un párrafo de moralejas. Por primera vez tenemos un gobierno federal dispuesto a enfrentar a organizaciones criminales con enorme poder de fuego. Es y será una guerra violentísima con múltiples frentes e infinidad de batallas. Ya lo vemos en la proliferación de crónicas sobre operativos, ejecuciones de funcionarios y uniformados y movilizaciones sociales.
Para evitar que los avances tengan la consistencia del mazapán, es indispensable que la presidenta sea más enérgica con los gobernadores faltistas. Si estamos en guerra es incomprensible lo sedoso del jalón de orejas a quienes incumplen con su deber. Si querían gobernar que asuman las consecuencias.
Colaboró Sebastián Rodríguez