Cada inicio de sexenio despierta tradicionalmente nuevas expectativas, emociones y esperanzas en la política mexicana por lo que pudiera anunciarse para los mexicanos. Todos aspiran a buenas noticias, por los cambios que conlleva el nuevo gobierno. Casi todos abrigan expectativas de cambio ante lo que se anuncia el día de la transición, y la mayoría esperamos el mensaje de inicio de la nueva autoridad para deducir e interpretar el nuevo rumbo de México y lo que nos espera a partir de allí.
¿Qué queremos ahora muchos mexicanos de la nueva autoridad?
Que convoque a la unidad del país ante la tremenda polarización política que vivimos y ha dividido a México —con un gobierno que sale—, y deja muy malas cuentas en materia de señalamientos, ataques y descalificaciones hacia quienes no coinciden en ideas ni en proyectos con la línea gobernante.
Que gobierne para todos y no nada más para quienes se autodenominan de la llamada 4T, ya que en el sexenio que termina han excluido a todos aquellos que no han expresado coincidencias con sus políticas. Se ha gobernado para un solo grupo y las inclusiones que se han dado ha sido vía cooptación de tránsfugas de otros partidos, sin convicciones y con mero cálculo político.
Que convoque al diálogo a todas las fuerzas políticas para que, junto con el gobierno, profundicen en sus coincidencias sobre la problemática nacional y superen las diferencias a través del diálogo.
Que fomente la autocrítica dentro del gobierno y evite estar señalando y culpando al pasado de los problemas actuales —culpa de ellos mismos—, a pesar de su arribo al poder afirmando que eran diferentes y traían formulas propias y soluciones para todos los problemas; lo que no fue cierto.
Que les entre en serio a los problemas de las personas que no reciben ningún beneficio del gobierno y tienen que hacer largas filas en hospitales públicos tramitando consultas de especialistas, que en la mayoría de las ocasiones —por falta de recursos y exceso de demanda— se las dan para meses después.
Que atienda de fondo el problema del desabasto de medicamentos en hospitales del sector público, sobre todo en las clínicas rurales, donde se atienden los pacientes mas pobres con enfermedades crónico-degenerativas como diabetes, hipertensión y cáncer, y los médicos encargados de las mismas solo expiden las recetas y recomiendan a los pacientes surtirlas—con el dinero de las pensiones— en farmacias privadas por los estantes vacíos.
Que le entre en serio al problema de la calidad de la educación ante el desmantelamiento de los sistemas creados —con visión— para evaluar a la educación nacional hasta el nivel medio superior. Que apoye la infraestructura escolar olvidada en el sexenio que termina.
Deberá ser consciente que, a pesar de los cacareados programas de becas a todos los niveles, el sistema educativo nacional ha perdido alumnos en el sexenio que concluye, sobre todo en el nivel superior.
Que reflexione sobre el programa de creación de nuevas instituciones de educación superior sin consultar a los gobiernos estatales. Se trata de instituciones que funcionan sin planeación, sin pertinencia con el contexto donde desarrollan sus actividades y sin oferta laboral para los egresados. Que reconozca que en materia educativa hace falta mucha planeación y sobran las ocurrencias.
Perfilar un nivel de autoridad que no sea rehén de los gremios que controlan los diversos servicios del sector público, como la educación, la energía y la infraestructura. Que el gobierno ejerza su poder y sus facultades respetando los derechos laborales de los trabajadores, pero que evite la intromisión de los gremios en el control de las instituciones.
Que combata el nepotismo en el sector público, que en este sexenio ha tomado carta de naturalización tanto en el sector público federal —en los tres poderes— como en los gobiernos estatales, y han llegado a excesos lamentables como Zacatecas, Guerrero y Veracruz, para dar algunos ejemplos.
Que diseñe un plan práctico y con mucho trabajo de inteligencia para evaluar la verdadera situación de las regiones de México controladas e invadidas por la delincuencia organizada. En esas regiones que algunos calculan ya como el 50% del territorio nacional. En esas regiones, estados y municipios, la delincuencia organizada veta candidatos a cargos de elección popular, quita y pone funcionarios públicos, cobra piso y practica la extorsión.
Ha sido —con los años— una evolución gradual y consistente del problema hasta llegar a copar amplias regiones del territorio nacional, y los productores ya no hallan la puerta. ¿Qué hacer ante eso? Fortalecer la seguridad a todos los niveles y combatir con inteligencia a la delincuencia organizada atacando de raíz el problema antes de que siga creciendo, con todos los efectos negativos para la paz y la seguridad en México que conlleva el no hacerlo.
Que fortalezca la relación con nuestros principales socios comerciales: Estados Unidos y Canadá. Revisar a profundidad el T-MEC con ambos países sin descuidar aspecto alguno, dado que las importaciones y exportaciones de México de él derivadas ya rebasaron el billón de dólares y gracias a eso la economía mexicana se ha beneficiado enormidades desde que se firmó inicialmente en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari.
Que desarrolle su propio estilo de gobierno. Se ha visto que la presidenta electa ha sido copada por el presidente saliente y que no le ha dado tiempo para diseñar su propio programa de gobierno. Entre junio y septiembre todo se ha ido en giras de trabajo conjuntas, donde han predominado las obras en proceso y los proyectos prioritarios del presidente López Obrador, como exigiendo continuidad, aunque algunas de ellas estén seriamente cuestionadas por sus altos costos e inoperancia, a pesar de los años que llevan en ejecución.
¿Qué más se le puede pedir a una presidenta que llega en medio de crisis políticas y muchos pendientes por atender?
Que piense en las aportaciones de los miles de personajes que construyeron la historia moderna de México y atendieron los graves problemas que golpearon al país, como el analfabetismo, la construcción de infraestructura, los programas de vacunación y la solución del problema de la transmisión del poder por la vía pacífica, entre otros. Por más optimismo que uno pueda tener de aquí a los próximos años, los problemas con los que inicia la nueva presidenta (déficit de las finanzas públicas, inseguridad, salud) no serán fáciles de abordar y requerirán de la participación de todos. Ojalá que a la Presidenta—la primera en la historia de México— no le gane la ideología en sus acciones, para que gobierne con pragmatismo y destierre de la imaginación de los mexicanos la posibilidad de un Maximato político que es por ahora, el temor más extendido. Ojalá.
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