Cuando tú y yo teníamos dos o tres meses de vida, pero no de la fecha de nuestro nacimiento, sino cuando embriones iniciamos nuestras vidas allá dentro del útero de nuestras madres. En aquel entonces, si nos hubieran tomado una fotografía, habríamos salido portando una desproporcionada cabezota y no solo eso, además teníamos cola, que nos harían exclamar, “Ese no era yo”. Igual, pensó Aristóteles hace más de dos mil años, cuando comparó los embriones humanos con los de las borregas y al ver que ambos tenían cola, creyó que los embriones de las mujeres por tener cola aún no eran humanos. Este pensamiento aristotélico ha venido siendo tan potente, que hoy en día se sigue pensando que se puede practicar legalmente un aborto antes de los tres meses de gestación porque aquel embrión todavía “no es un individuo humano”. ´Pero, “qué cosas veredes, amigo Sancho”, diría El Quijote, cuando ahora se pretende extender el aborto legal hasta los linderos de un <feto> aborto. Usted juzgue. Bueno, volvamos con el tema, de las fotos de cuando fuimos embriones: Le platico que, desde el momento mismo de la fecundación, empezamos a tener una animación en donde al principio, había la dominancia visible de un “pellejito” que latía rítmicamente, y que con su ritmo movía a la totalidad de aquel, que en días será embrión, y también ya se le miraba un gran polo de desarrollo superior. Ambos dominantes: El primero lleva y trae algo que será sangre y el otro, envía, interconecta y recibe información en aquel campo de fuerzas, en donde todos nuestros órganos y tejidos se fueron ayudando a crecer y a desarrollarse mutuamente en un orden semejante a Los Tres Mosqueteros de Alejandro Dumas, “uno para todos y todos para uno”. En aquella respectividad, en su polo superior pronto, se le empezará a dibujar un pequeño pico que se hará nariz, unos ojitos laterales, un pequeño hueco que se hará boca, unas hendiduras laterales que se harán orejas y una membrana que se hará piel; en esta “metamorfosis”, la cola se irá reduciendo, mientras las extremidades se van alargando. Bien, en esta continua maduración, el día en que nos parieron, nuestros órganos del sentir ya tenían un cableado eléctrico terminado, que interconectaban todos nuestros sentidos en común, en donde nuestros ojos percibían presencias, nuestros oídos escuchaban sonidos, muestras narices olían y rastreaban humores, nuestra boca gustaba sabores, y nuestra piel con el con-tacto, tanteaba lo otro. Aquí, en aquella precocidad de nuestra inteligencia que siente cabría la pregunta: ¿Qué percibieron nuestros sentidos en aquellos primeros (tres a cinco) años de nuestras vidas? ¿Nuestros oídos oyeron gritos, silencios o arrullos, nuestros ojos miraron gestos o sonrisas, nuestra lengua gustó los sabores con fruición o por obligación, nuestras pieles fueron tentadas con ternura o con asperezas? Pues todo a aquello quedó prendido, ¡aprehendido!, en un conocimiento que se enraizó en lo más profundo del cajón <abierto> de nuestra inteligencia y que se hará presente en cada momento en nuestra conducta a lo largo de nuestras vidas. Luego, en la infancia (a los cuatro a seis años) la inteligencia que siente se expandirá, y empezaremos a razonar. Aquí hago un paréntesis. Sabemos el dicho que dice “los dedos de la mano son diferentes entre sí” , igual sucede con los hermanos, unos son más altos o más morenos, o con ojos de color diferente, y si nos pudiéramos ir hasta las profundidades genéticas de cada cual, encontraríamos que somos parecidos, quizá con diferencias genéticas mínimas o no tanto, u otros tendríamos menos o más celularidad neuronal, o la bioquímica de nuestras neuronas y de los neuro trasmisores, podrían estar o no estar alteradas… Y como todo conocimiento entra a través de los sentidos, y si estos están intactos, y en el caso de que tuviéramos algún deterioro neuronal y/o en los neuro trasmisores, entonces esta deficiencia se podría manifestar al entrar a la escuela, en un déficit de atención, o problemas en el aprendizaje o en cantidad de “trastornos de la conducta”. Pero tal vez, estas personitas, ya manifestaban sus diferencias, en aquel hijo chillón, inaguantable, desobediente, quien no era como sus otros hermanitos y a nalgadas o cintarazos lo hacíamos entrar en “razones”. Aquí viene una hipótesis o más bien, una elucubración: quizá aquel niño o niña, tenía su percepción inteligente intacta, pero con una deficiencia (mínima o mediana) en su racionamiento inteligente, entonces los cintarazos del orden establecido le redujeron, todavía más, aquella inteligencia razonante y le reforzaron su percepción inteligente.
“Con mi hijo debemos estar atentos para darle su medicina, porque se pone furioso, agresivo, nos odia… Tiene esquizofrenia”, esto me comentaba un padre de familia. Entonces me quedé pensando: ¿Qué trato recibió aquel hijo, en aquellos sus primeros años en donde todo queda nítidamente gravado en la inteligencia sentiente y que no se olvida?
Ahora que voy a fisioterapia, una persona a mi lado me decía: “Mi hija, la del medio, no es como la primera, esta es buena, obediente, aplicada, pero la segunda, me achaca toda la culpa a mí, como que me odia… Me separé de mi marido cuando ella estaba chica… me echa la culpa…
¡Ay!, con la autoestima baja en las personas neurológicamente sanas… Estamos metidos en una cultura en donde los padres, los maestros y ciertas iglesias, somos la escuela especializada en recrear mentalidades “apachurradas…
Va otro: ¡Ahh! Por la gran cantidad de personas, quienes vagabundean, echadas a la calle por sus familias sin ser diagnosticadas como autistas…
Pero, en el panorama aparece algo afortunado: Nuestra biología tiene una plasticidad corporal increíble, en la cual todas nuestras células se modifican y trasforman, incluidas las de nuestra inteligencia “metida en un cajón abierto”, con la capacidad de continuar aprendiendo:
Una madre, muy MADRE, me comentaba ahora que ella es maestra de niños con retraso escolar, desobedientes, desatentos… ¡Desatendidos!, que ella, a base de connotarlos dulce y positivamente, les despierta sus sentidos para que estos a su vez, con su <madura> inteligencia que siente, toquen en su propio nido, en donde se asienta también la poca, mediana o suficiente inteligencia que razona …para que sigan hacia adelante. “Como me hubiera gustado haber sido la maestra de mi hijo”. Entonces, aún no era maestra, pero, ella, con su inteligencia que siente y siente lo que razona, como “Ariadna” (la del mito griego), con compasión (pasión mutua) acompañó a su hijo, por los “laberintos” de los fríos tratos académicos y psicológicos que se tienen para los retrasados… y, ambos, madre e hijo o hijo y madre, fueron saliendo del embrollo, sin haber sido “devorados por el “Minotauro” escolar. En el transcurso, su hijo “Teseo”, guiado por el “ovillo” de su madre “Ariadna”, fue aprendiendo el suficiente conocimiento, con el poder para trabajar y solventar su vida.
Disculpe, pero no sé en dónde poner el acento: empastillar para calmar a aquellos que nos odian, o darnos cuenta a tiempo de que todos somos diferentes, en el mar profundo de nuestra inteligencia.
Qué difícil tarea es la de ser padres de nuestros hijos.