“En cada farsa hay un farsante”
La genuflexión escala el podio de las nuevas formas democráticas alcanzando un más que meritorio primer lugar en la olimpiada de la simulación y el engaño. La medalla la otorga, como no podría ser de otra manera, el Departamento de Estado de EUA y la proclama la hace el mismísimo Anthony Blinken, titular de este escaparate del gobierno mundial.
A nadie le debe importar que los procesos electorales sean cosa de cada país y que el pueblo deba ser quien elija su gobierno, cuando la máxima potencia mundial decide, de acuerdo a su conveniencia, quién es el ganador.
¿Venezuela es un país soberano y, además, su sistema electoral es confiable y ejemplar? A nadie le importa, porque el árbitro domiciliado en Washington debe velar oficiosamente por el mejor aprovechamiento del petróleo, el oro, el agua, la biodiversidad y la geografía venezolana, tal como vemos en otros países que cuentan con recursos económicamente deseables, incluido el nuestro.
Así, en virtud de ese poder, las constituciones políticas y las leyes que de ellas emanen carecen de valor real y son meras figuras retóricas en la elástica legalidad de los foros internacionales y en los discursos que se reproducen para aparentar democracia.
En este contexto, tenemos varias formas de democracia, distintas maneras de presentar un producto cuya utilidad se reserva a cada vez menos actores.
La democracia selectiva y excluyente parece ser la forma vigente en la actualidad, si tenemos en cuenta la visión occidental de los hechos internacionales frente a la mirada del bloque euroasiático y, con sus diferentes acentos, el latinoamericano y el africano.
Desde la óptica norteamericana, eurounionista y sus dependientes asiáticos, la historia puede modificarse a conveniencia, de tal manera que resulta de buen gusto dejar de señalar como asesino y terrorista a quien lo es; por ejemplo: cuando Japón conmemoró el 79 aniversario de los ataques atómicos de EUA sobre Hirishima y Nagasaki a un costo de 130 mil víctimas, lo hizo evitando mencionar al perpetrador y tratando de desviar la atención hacia la URSS.
En el actual conflicto ruso-ucraniano también se ignora que la OTAN incumplió el compromiso de no avanzar hacia el este, generando una nueva edición de la guerra fría que se evidencia dramáticamente a partir de 2014 con la violación de los acuerdos de Minsk y que estalla en 2022 cuando Rusia tiene que intervenir en el Donbas.
El Occidente colectivo y sus satélites asiáticos llaman agresor a Putin y la historia se rescribe a contrapelo de la realidad con un alto costo en vidas y recursos para los contendientes y la propia Europa, que sufre una grave pérdida en lo político y lo económico.
Tenemos una Europa que sigue a EUA en la compra desmesurada de vacunas en fase experimental, se une al aplauso de Israel por la evidente y cotidiana masacre palestina y se declara indignada por la falta de democracia y libertades en Venezuela ante el triunfo de Maduro, a quien llaman dictador sin rubor alguno y pone en duda la voluntad popular y la eficacia de uno de los sistemas electorales más confiables del mundo.
Antes hubo “armas de destrucción masiva” en Irak, acciones de cooperación internacional y lucha contra el narcotráfico en Colombia y otras regiones latinoamericanas, así como ejercicios de maquillaje y corrección política en la operación “Irán-contras”, “Rápido y furioso” y otras hazañas donde el golpismo y los negocios se fundieron en la lucha “por la libertad y la democracia” global.
Ahora tenemos más de lo mismo, sumado a los ejercicios militares donde un comando militar gringo enseña a nuestros soldados cómo defender nuestra democracia de acuerdo al pensamiento geoestratégico del Tío Sam, convirtiendo en campo de juegos el espacio soberano latinoamericano.
La democracia manipulada termina siendo una tendencia woke que toca la identidad nacional, la rehace, deforma y la funde a las causas e intereses del norte. En este punto, no tiene caso hablar de soberanía nacional cuando se pone contra las cuerdas la identidad y el sentido de pertenencia que la historia nacional rescata y conserva.
Somos hasta que dejamos de ser, borrados por la inercia del norte venido a faro regional y mundial de las buenas costumbres y los mejores ejemplos. Las bombas, el armamentismo, los golpes de Estado, las intrigas y la desestabilización, la corrupción apátrida, el triunfo de la emoción sobre la realidad y las muertes que pasan como daños colaterales son atribuidos a una buena causa y no debemos juzgar el libro del imperialismo sólo por su contenido ignorando las nuevas portadas.
La conducta correcta debe ser producto de la imitación de las series y películas de Hollywood que consagran la disfuncionalidad como la nueva normalidad, entendiendo que la realidad objetiva es atrasada, reaccionaria y una carga moral para quienes quieran disfrutar de su reducción al absurdo y la intrascendencia.
La democracia como forma de reafirmación de lo colectivo en el tiempo y el espacio nacional de acuerdo a nuestras ideas, costumbre y valores debe ser la vía. Lo demás es un espejismo, una extravagancia perniciosa que está al margen de la voluntad popular expresada en el voto que decide quién debe gobernar. ¿Podrá haber congruencia