El 1 de julio de 2018, Andrés Manuel López Obrador declaró el inicio de la cuarta transformación de la vida pública. El presidente electo equiparó su victoria y su movimiento con hechos históricos que cambiaron el rumbo de la nación como la Independencia, las Guerra entre liberales y conservadores y la Revolución. La ambición de AMLO también fue manifestada esa noche, toda su trayectoria política se resumió en una frase: “pasar a la historia como un gran presidente”. Seis años después podemos afirmar que no estuvo a la altura de sus promesas, desde acabar con la corrupción y la impunidad hasta tener uno de los mejores sistemas de salud, sus fantasías se desplomaron poco a poco. Entre ficciones, símbolos, dichos, gestos y discursos, el presidente intentó alimentar un cuento de hadas inexistente, su revolución de conciencias se quedó en el imaginario como gran parte de sus palabras, la realidad terminó superando a la ficción y México vivió un sexenio más de mediocridad y carencias. Las deudas de su mandato recaen en seguridad, en el sistema de salud y en las instituciones autónomas.
En seguridad, empoderó a las Fuerzas Armadas, institución a la que le elevó el presupuesto notablemente y aumentó sus funciones dejándole la construcción de sus megaproyectos. Convirtió al ejército en juez y parte de las políticas públicas. Siguiendo la estrategia de Calderón –a quien tanto critica–, fortaleció a los militares para intentar suplir las carencias de los mandos civiles, los resultados han sido peores. López Obrador justifica sus fallas en seguridad al asegurar que su estrategia para combatir la violencia se fundamenta en un discurso de pacificación del país y en atender las causas profundas de la criminalidad. El problema es que el crimen organizado se ha institucionalizado y fortalecido de tal manera que la autoridad no tiene soluciones correlacionales sencillas. Nada garantiza que invertir en programas sociales, en deporte o en cultura debilitará a los cárteles mexicanos porque éste fenómeno se ha arraigado en la cultura mexicana.
La narcocultura en México ha generado un grupo de rituales propios de una comunidad organizada con identidad. Tienen sus himnos y su música –expresados en corridos–, su religiosidad –ligada a la santería–, su historia con ídolos y mitos –como Valverde y la muerte–, sus territorios, su red de economía informal, generan riqueza y empleos sin procedimientos legales y cuentan con sus propios códigos internos. Su capacidad de movilización y su uso de la fuerza armada se han demostrado en diversos hechos trágicos, el más notable fue el ‘Culiacanazo’. AMLO ha fomentado la cultura de la permisividad que les ha permitido, a los grupos delictivos, asentarse en ciertos territorios asumiendo el control completo de municipios.
Para combatir el crimen organizado, el gobierno actual decidió crear la Guardia Nacional, con confusión plantearon un mando armado con capacidades civiles que combatiera la inseguridad, la problemática se agudizó ante la ineficacia de la estrategia, el presidente se resguardó en el ejército y le cedió el mando de esa nueva institución. El mando militar recibió la instrucción de capacitar a sus elementos en la disciplina miliciana sin apostarle a la inteligencia y a la prevención. La consecuencia de la mala estrategia en seguridad nos dejó un saldo de 188 mil muertos, la cifra más alta en la historia del país.
Los sistemas de salud y el educativo también sufrieron deterioro, el gasto público se centró en el reparto directo de dinero a través de los programas sociales, no en la optimización ni en la mejora de los hospitales públicos, tampoco en la educación ni en el deporte y, menos, en la cultura. Los hospitales públicos están escasos de maquinaria y medicinas, ante la falta de recurso, la operatividad y la calidad de los servicios públicos se deteriora año con año.
Desde el púlpito de Palacio Nacional, el presidente atacó a los institutos autónomos, intentó romper los paradigmas de una democracia liberal moderna y actuó en la opacidad negándose rotundamente a abrir su proyecto de nación a la transparencia porque en su persona no tiene cabida la crítica ni los cuestionamientos. Es intolerante con los periodistas y con sus opositores. López Obrador sometió a los organismos descentralizados a una crítica permanente e intervino en su funcionamiento con dos argumentos: la excesiva cantidad de gasto público que se les destina y la supuesta actitud servil que tenían en favor de los “neoliberales”. Los dos cuestionamientos son válidos, el problema es que con cinismo fue desmantelándolos para imponer perfiles afines a su llamada cuarta transformación, la ministra Lenia Batres, Guadalupe Taddei en el INE y otros simpatizantes de su proyecto asumieron el mando de esas instituciones. Al estilo del presidencialismo caudillista del siglo pasado, Andrés Manuel cometía las mismas atrocidades que sus antecesores, pero, en su caso, se auto justificaba porque él, con sus delirios de grandeza, se considera el único representante legítimo del verdadero pueblo mexicano .
Las grandes fallas del obradorismo están en el paso de lo discursivo a la realidad. Los morenistas alardean manifestando avances en el desarrollo del país, la verdad es que México sigue sumido en unas crisis y problemáticas profundas que no se han atacado correctamente. La cuatroté es contradictoria y confusa, es una transformación que vaga entre la izquierda y la derecha, pierde el progresismo escondiéndose en tendencias conservadoras. Presume con orgullo los logros económicos siendo ahora los antineoliberales quienes se vanaglorian como lo hacían los neoliberales de la estabilidad económica del país. Si se hace un comparativo objetivo con los sexenios predecesores, no existió un gran avance en la economía, los beneficios se han dado por cuestiones geopolíticas que beneficiaron a México, de hecho, las empresas paraestatales dependientes de la administración pública en este sexenio como CFE y PEMEX fueron un completo desastre, inclusive están poniendo en riesgo las sanas finanzas públicas de la nación. La estabilidad económica se sostuvo por el sector privado y por la sensatez de los dirigentes del Banco de México, no por políticas brillantes que reformaran a esta nación.
Los verdaderos logros del obradorismo se encuentran en su narrativa y en los apoyos directos, pero ni siquiera son tan originales porque ese estilo de gobernar está fundamentado en el Nacionalismo Revolucionario, Morena llenó el vacío de identidad que generaron fenómenos como la apertura económica del país (globalización) y la falta de redistribución de riquezas para combatir la desigualdad. El pueblo mexicano se sintió identificado con Andrés Manuel porque emanaba y dictaba los valores que por 70 años representaron a la nación. Generaciones enteras crecieron con la ideologización de la mexicanidad entendida desde la Revolución, orquestada y perfeccionada por un sinfín de intelectuales. La SEP era el mecanismo de adoctrinamiento más poderoso del país. El priísmo abandonó su narrativa y aceptó su evolución a la modernidad, AMLO nunca renunció a las ideas, a las terminologías de su época ni al partido que lo formó. Aprovechó el desgaste de gobiernos que por sus excesos fueron juzgados por el pueblo, y como líder social y opositor, apeló a los símbolos, sin reconocer la realidad, con los que gran parte de la población fueron educados. AMLO está reprobado como un estadista de izquierda que da resultados y constituye una socialdemocracia, pero pasó la prueba más difícil de todas, terminará con más del 60% de aprobación a pesar de sus grandes fallas.
El obradorismo vino a implantar un nuevo caciquismo que como símbolo intenta suplir el mito identitario que representó Obregón y logró consolidar Calles con el Partido Nacional Revolucionario (PNR). En el fondo, el único logro de Andrés Manuel está en la narrativa llena de demagogia que consigue la identificación de su personaje con el pueblo, ya habíamos superado el dañino y tóxico México de los caudillos desde 1929, la identidad emanaba de los partidos políticos, pero con Andrés Manuel, ha vuelto el caciquismo de un hombre que intenta institucionalizarlo en Morena. El peligroso sueño de López Obrador es ser recordado como un caudillo que perdure en la historia, nunca le interesó otra cosa.