Existe un buen nivel de preocupación en las dirigencias de los partidos políticos por el rumbo que están tomando los procesos electorales que concluirán con la elección del próximo 2 de junio. Y no es para menos.
No solo les preocupa el nivel de violencia escalado en crímenes contra candidatos por parte del crimen organizado, que reclama espacios de participación y capacidad de recomendar candidaturas, sino que también les preocupa el alto nivel de transfuguismo de militantes experimentado en sus filas por esa recurrente política del partido en el poder de humillarlos u ofrecerles una variedad de opciones, que van desde cargos en el gobierno hasta una postulación por un partido diferente.
No ha faltado quienes han caído en ese juego. Algunos por ambición personal, otros por compromisos políticos y unos más para salvar investigaciones judiciales en proceso y pactando con el gobierno candidaturas sin un ápice de credibilidad.
Al partido en el gobierno le fallaron las expectativas de formación de recursos humanos para tareas partidistas y ha tenido que echar mano de cuadros de otros partidos, por lo que ha debido vaciar las estructuras burocráticas del Estado para candidaturas de sus partidos.
El transfuguismo político no es nuevo, pero se ha intensificado. Morena y su candidata presidencial seguido se han visto obligados a enviar mensajes de la incorporación de militantes de otros partidos políticos, para tratar de aparentar que están muy fuertes y que sus adversarios se debilitan al paso del tiempo. Si estuvieran tan seguros de un triunfo que han anunciado hasta la saciedad, no harían eso; les daría lo mismo.
En las fotografías —según ellos muy esclarecedoras— han desfilado exgobernadores como Erubiel Ávila y Alejandro Murat, del Estado de México y Oaxaca, a quienes les han garantizado espacios políticos de representación. Otros, como Quirino Ordaz, Claudia Pavlovich y Omar Fayad, han recibido chambas diplomáticas que mandan el mensaje de negociaciones previas a sus procesos electorales o como chicos “bien portados”, a juicio del Presidente de la República.
Como esas incorporaciones se dieron después del proceso electoral del 2021 donde Morena se llevó la gran sorpresa de que había perdido la mayoría calificada en la Cámara de Diputados y la mitad de la Ciudad de México, no sabemos a ciencia cierta cual será la consecuencia en votos —a favor o en contra— de aquellos que se pasaron a la cancha de Morena y el gobierno de la autollamada transformación.
Porque las incorporaciones de exgobernadores del PRI o del PAN a Morena no han sido a causa de exclusiones o marginación políticas, sino simplemente por cálculo político e interés particular de los que en su momento decidieron cambiar de camiseta política.
Por eso, más allá del juicio que se haga a cada uno de los partidos políticos en la contienda, deberemos valorar que hasta ahora no se han creado otros mecanismos de participación política que los sustituyan en las contiendas electorales, a pesar de que se ha experimentado con las candidaturas ciudadanas —o Independientes— y que poco a poco fueron decayendo en el interés de la gente y de los propios participantes por el nivel de requisitos exigidos —entre otros— para participar y por la ausencia de estructuras que solo tienen los partidos.
Morena trae su llamado plan “c” porque busca apabullar en la elección de diputados y senadores. Quieren la mayoría calificada en ambas cámaras del Congreso de la Unión al precio que sea. Han llegado al extremo y al exceso de confianza, que significa haber bifurcado y/o dividido a sus votantes al apostar que tendrán un tercer senador en 13 entidades federativas. No quieren que se repita el 2021.
El gobierno y Morena quieren ganar los dos senadores de mayoría relativa y el de primera minoría en entidades previamente seleccionadas, donde confían tener una mayor fuerza. También quieren ganar más de 150 de los 300 distritos federales de mayoría.
Morena cuenta con 23 gobernadores y eso les ha facilitado la organización de eventos masivos de campaña para su candidata presidencial y los candidatos al Congreso de la Unión exhibiendo un derroche de recursos económicos nunca visto, ni en los mejores tiempos del PRI y el PAN. Quién sabe qué tanto se reflejarán estos eventos masivos en las casillas, ante un electorado que ya registra esos excesos y cuya irritación social ha ido en aumento. Seguramente dará sorpresas.
¿Qué les espera entonces a los partidos políticos?
Morena va por la consolidación de su proyecto presidencial. No ofrece nada nuevo, solo continuar con la obra del presidente de la República y “ampliar” los beneficios sociales. Para ellos no existe el diálogo con los adversarios políticos ni proyectos de inclusión, al contrario.
Aspiran a concentrar todo el poder para una corriente política que no respeta la ley ni las formas, que lo mismo reacciona con el resentimiento político que con deseos de venganza de todo lo que represente al pasado —y que ellos mismos crearon—.
El Partido del Trabajo seguirá buscando conservar el registro como partido político e impulsar un mayor número de senadores y diputados, siempre al servicio de los pactos que lo han caracterizado en los últimos años y con un liderazgo nacional petrificado.
Del Verde Ecologista no hay mucho que decir. Siguen en sus proyectos de aliarse al mejor postor y cambiar de banderas al ritmo de los tiempos y de su oportunismo crónico. Ya no están —como en el pasado reciente— a favor de la pena de muerte ni del pago de las medicinas a los derechohabientes cuando no las encuentren en las farmacias públicas. Ahora dicen que el Verde también es 4T, y con eso. También aspiran a conservar el registro y ampliar su representación política.
Movimiento Ciudadano aspira a superar los dos dígitos en el porcentaje de votación general, que les propicie un mayor número de legisladores. También conservar el registro como partido. No se ven mayores espacios que no sean los de conservar los existentes en Nuevo León y Jalisco, y algunas posiciones más de representación proporcional.
La alianza PRI, PAN, PRD se juega todos en la primera alianza política de su historia —que no tiene precedente— en una contienda presidencial.
Antes, los aliados obligados del PRI y el PAN eran el Verde Ecologista y el PANAL. EL PRD buscó siempre al PT y Convergencia.
Nadie imaginó que el PAN y el PRI vencieran resistencias y pudieran aliarse en una estrategia electoral habiendo sido adversarios históricos. Empezaron por las gubernaturas, y siguieron con la Presidencia. El reto para ellos ahora es sumar sus votos y ganar la elección para formar —con toda seguridad—un gobierno de coalición.
Lo único seguro por ahora es que nadie en su sano juicio sabe lo que va a pasar el próximo 2 de junio: ¿Qué tanto se irá a traducir en votos la enorme inconformidad social y política que se respira en México?
¿Que harán el gobierno actual y su partido para tratar de mantener el poder a costa de lo que sea? ¿ganar a cualquier precio?
Eso y más se puede esperar de una elección tan tensa y compleja como la próxima del 2 de junio. Veremos que tan inédita resulta.
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