Debo decir la conmoción de este mar abierto, el oleaje a veces embravecido, la marea sutil de imprevisto que viene y va.
La literatura en Luis Fernando Álvarez es desde años ha, un ring de boxeo, ese gimnasio al que el escritor acude diariamente a vigorizar los párrafos, la sombra que se tira una y otra vez. Porque el oficio de narrar lo exige, porque si no hay perseverancia los resultados se diluirán como esa espuma en la playa.
En ‘El amor y otros pecados’, libro que ahora nos reúne, Álvarez rompe la cresta de ese gallo añejo, obsoleto, acartonado, que es la literatura con sus lineamientos, y ataca con las cuchillas de la libertad, desde la pluma ferviente que busca una y otra vez las nuevas maneras de construir.
¿Por qué pasa esto en el escritor?, me pregunto. Y supongo, para quedarme tranquilo y con una respuesta en la imaginación, que los argumentos de su búsqueda se basan en los millares de páginas de múltiples libros que en su solaz pasión ‘El Gringo’ (o sea, Luis Fernando) consume. Y se basa también en la nómina de títulos que firma con su nombre.
¿Qué encuentro en esta propuesta de ‘El amor…’, su reciente libro? Respondo: encuentro la pasión de una idea contundente que se resume a una frase: el deseo implacable de escribir.
He leído a conciencia estos pecados, y lo que más me queda claro es que Luis es una máquina de construir historias. Que los recuerdos, las voces, esas imágenes enquistadas en la memoria, de pronto bajan a la punta de la lengua y se pasean por su interior hasta desencadenar en la pluma.
Se fecunda entonces este libro, como tantos que le anteceden, donde el lector (hablo por mí) acude a historias disímiles, a veces diálogos, en ocasiones un monólogo que desenvuelve el pensamiento, la confrontación, el disentir y la fantasía.
Inevitable decir ahora las referencias de esas lecturas que nos formaron o nos siguen formando. Al abrir ‘El amor y otros pecados’, me he remitido a esas horas de feliz desvelo en compañía de Alberto Moravia, por ejemplo, referencia por esas entradas directas y sin ambages que Álvarez emplea en algunos de sus cuentos. Y de pronto uno ya ni cuenta se dio cuándo empezó y en qué momento termino la historia, por ese embeleso discursivo, por esa exploración en el lenguaje.
Qué tiene que pasar en un escritor para que logre la libertad y emprenda esa búsqueda que habita en el amor y otros…
Quizá la sabiduría de que en el próximo minuto la existencia lo abandone, quizá ese instante de lucidez que lo lleva a la renuncia de la complacencia para emprender el dominio de su propia voz.
Bien vale la pena arriesgarse al pecado del nihilismo, de soslayar lo que posiblemente el otro dirá. Y tomar la bravura de ese mar embravecido entre la utopía de sus olas para escribir el libro que solo se empeña en obedecer la brújula de la mirada y el ritmo de los latidos del corazón.
Luis Fernando Álvarez emprendió la apuesta. El volado inició su curso. Continuaré, continuemos atentos a las historias por venir, esas que rubrica silente desde las suelas de sus zapatos que no claudican a tanto existir, a tanto vivir.
*Texto leído en la presentación, en librería Porrúa.