“Escribir es abrir los ojos. Y vernos a veces”. Josefa Isabel Rojas Molina conjetura. La palabra es la herramienta, ese descorrer la cortina para asomarse y a su vez asomarnos al mundo interior, la memoria, lo que habita en ella, el espejo en el cual nos miramos.
Esa gracia en el decir, esos versos sutiles que de tan profundos nos hacen llorar. Guachemos: “Alguna vez he sentido que no tengo piel ni huesos, sangre soy en esas veces, arroyo rojo y caliente que sólo corre y te busca…”
Abrimos un libro, ¿para qué? Justo eso: para encontrarnos en la simplicidad de la palabra. Al paso de la lectura los desasosiegos se ausentan. La palabra nos mima como aquella vez en la infancia las manos de madre en nuestra frente. Esto sucede en el encuentro con ‘Versiones de la conjetura’ de Josefa Isabel Rojas Molina (ed. MAMBOROCK 2023).
¿Tiene que ver la personalidad con el contenido de lo que la escritora propone en su poesía? En el caso de Josefa, sí.
Desde su mirada, sus silencios, el tono de su voz. Desde la confección de versos y oraciones, quienes tenemos el privilegio de conocerla advertimos que la poesía y la poeta es un todo, el mismo lugar de la armonía, y lo más implacable: la anti pretensión y la rabiosa honestidad.
¿Cómo se construye un estilo, quizá lo más complejo y cuasi inalcanzable en un artista? En la poesía de Josefa el estilo se manifiesta quizá desde sus primeros poemas, como que la clave está en dejarse ir, desde el arrojo como en ese arroyo en el que la escritora nos sumerge en la cita de sus versos aquí arriba de este texto.
Quizá así: con la sencillez, el solo deseo de escribir. Y en ese deseo es que brota la palabra que es descripción, ritmo, imagen, desolación, añoranza, felicidad febril y un silbato del tren que se cuela por las rendijas de nuestra habitación.
“Contigo suelo soñar y siempre es el viento
cambiando de lugar el sitio, el viento cavando en la
lengua, el viento que borra tu nombre”
El poema allí, presto para la utilización, para absorberlo y hacerlo nuestro. Porque en ese lugar es que nos encontramos una y otra vez, la recurrente fortuna de un libro a la mano. En el caso de la poesía de Josefa, un canto que florece todos los días, una fotografía que nos invade de nostalgia, un corazón dispuesto siempre a otorgarnos sus bondades.
Hurgar en la literatura, de madrugada, en la bendita-maldita hora que nos comen la cabeza los fantasmas de la desesperanza, encender la luz para volver a las páginas, saber que las soluciones para el desconsuelo están allí, en ese objeto ergonómico que nos llama cuando más lo necesitamos. Es un libro.
“¿Con cuáles nombres me nombraste? Ya no
recuerdo. Y en las noches pienso que con cada
palabra que imagino oír, me llamas.”
Esta es la poesía propuesta por Josefa.
“El amor que me tuviste. Nunca me deshice de él.
¿Lo ves? Aquí lo tengo, los martes me ilumina el
Lado derecho del corazón.”