Columna Y sin embargo
Los partidarios de AMLO justifican la concentración del poder en aras de la transformación social. Sin embargo, la anhelada transformación no se está dando, pero la concentración del poder sí.
Transformación social incierta
El gran atractivo de López Obrador y su movimiento es su propuesta de transformación social. Ésta se puede resumir en tres líneas de acción: la eliminación de privilegios, las becas y pensiones, y lo que ha llamado “revolución de las conciencias”.
La eliminación de privilegios, sobre todo fiscales, es algo muy positivo. Es algo obligado y parte del avance hacia un estado de derecho. Se reporta que se ha logrado que grandes contribuyentes ya no evadan impuestos sino que cumplan con el fisco. Esto está muy bien y es deseable que así siga.
Con la eliminación de privilegios entraría también la eliminación de la corrupción. Pero ésta se está quedando muy corta; sobre todo porque no es institucional sino que depende del dedo flamígero del líder, quien la ve en todos sus adversarios pero no la ve en sus partidarios. Así no va a llegar muy lejos.
Las pensiones no se están manejando como derechos sino como dádivas del líder y del partido en el poder; de ahí el lema de “amor con amor se paga”. Un buen sistema de pensiones y de bienestar, tal como se maneja en las democracias sociales europeas, se maneja de manera institucional. Pero este sistema mexicano de pensiones y becas no elimina la pobreza, de hecho fortalece más a la ingrata clase media aspiracionista. Un buen sistema incluiría educación pública de calidad, buena atención a la salud y apoyo a la vivienda social y el autoempleo formal.
Por último, la revolución de las conciencias debería de cambiar los viejos vicios patrimonialistas de la cultura política mexicana de que el poder y los puestos públicos sirven para enriquecerse y para obtener privilegios. Sería efectiva si de aquí en adelante, la clase política dejara de beneficiarse y de buscar privilegios; pero, a como se ve, no está garantizada. Los morenistas, la mayoría de ellos tránsfugas políticos, se ven igual o más tramposos que sus antecesores. Más bien esta revolución tiene cara de militarización.
En resumen, la transformación social que se está dando es dudosa e incierta; lo más seguro es que no avance gran cosa y que sea reversible.
Concentración del poder es cierta
Por otro lado, el gobierno de la 4T no ha hecho más que tratar de concentrar el poder, atacar todo indicio de autonomía y minar la separación y división de poderes. Todo el poder al líder carismático como si fuera a ser eterno.
Muchos elementos de esta concentración ya existían desde el régimen de hegemonía del PRI que considerábamos superado. En el afan de controlar el poder legislativo, la 4T ha logrado la mayoría del congreso, pero se ha topado con el límite de la mayoría calificada; puede aprobar leyes sin cambiarles una coma, pero no cuenta con las dos terceras partes para ordenar cambios constitucionales. El control del poder judicial parece que se malogró por las tesis plagiarias de la ministra que iba a ocupar la presidencia de la Suprema Corte. Pero ahora, con otra presidenta, es objeto de ataques y descalificaciones.
Sin entrar en detalles, ha sido evidente el ataque no solo a los órganos autónomos de la administración pública, sino también a aquellas entidades, como instituciones académicas y medios de comunicación, que no son dóciles o afines a los dictados de la presidencia. El cúlmen de este embate ha sido el intento de controlar los procesos electorales por medio de la “transformación” del INE. Ninguno de estos entes es perfecto, pero está claro que el propósito no ha sido mejorarlos sino controlarlos.
En todas estas batallas políticas, queda claro que se busca construir una presidencia imperial, si es que no la tenemos todavía. Se aprecia que la transformación es incierta pero la concentración del poder es cierta. Y la concentración del poder pone en reversa el desarrollo político.