Fijé como propósito para este año disciplinarme con hábitos que impactaran directamente en mi capacidad para concentrarme y producir, sin forzosamente adjetivarme como alguien productivo, pues aunque la distinción parezca ociosa, el verbo es más genérico e implica acción, mientras que el adjetivo está más relacionado con los aspectos económicos de un acto y, si acaso, describen una cualidad que aún tendríamos que constatar.
En fin, para disciplinarme pondría mi mayor esfuerzo en el proceso creativo de mis entregas semanales, y creo que lo hice bien por lo menos hasta junio. Quiero decir que más o menos leía y avanzaba rápidamente en algunas lecturas, tomaba apuntes en mi libreta, preparaba un borrador, realicé mi ciclo sobre violencia y un número considerable de reseñas de libros que considero complejos.
¿Son algunas de esas cosas de interés para alguien? No lo sé, pero empero, pretendo producir y no forzosamente la productividad. Este escrito es fruto directo de esa reflexión. Por ejemplo, tenía pensado iniciar ofreciendo disculpas a cualquier hipotético lector por el hecho de no haber presentado nada las últimas dos semanas.
Fui capaz de mantener el hábito durante todo el año debido a la pandemia, que teniéndonos trabajando desde casa, me permitía actuar bajo cierta agenda conveniente. Ahora que poco a poco retomamos la “vieja” normalidad o aprendemos una nueva, y como las cosas han cambiado, fácilmente nuestras rutinas se desquebrajan dejándonos varados en espacios entrópicos, si no tenemos la fortuna de contar con un hábito al cual asirnos durante el proceso de adaptación.
Tal vez a ello se deba el incremento en las tasas de población que sufre enfermedades mentales, que recurre al suicidio, que sufre de brotes neuróticos, de pánico o ansiedad. Pero no todo es negativo, también puede suceder que ante el metafórico naufragio el individuo se encuentre a sí mismo; incluso puede no encontrarse nunca –es lo más factible- pero está plenamente consciente de lo que le sucede, de que es patético y le “pasan” cosas.
Así, estas dos semanas que no realicé entrega pensé en escribir sobre el Tercer Informe de Gobierno de López Obrador, el fallecimiento de Enrique González Pedrero, la celebración de la Cancillería mexicana por haber alcanzado los 100 millones de vacunas en México, la invitación del PAN al líder del partido español VOX; bueno, temas había pero mientras escribía la entrega para hace 15 días, fue cuando tembló fuertemente en la Ciudad de México, y una vez que hube interrumpido el proceso de escritura no tuve motivación para retomarlo.
Por su parte, la entrega de hace 7 días solo se vio frustrada por pura displicencia e incapacidad para decidir el tema. Tenía dos opciones, una crítica al informe –del cual no hay nada nuevo que decir, más allá de su exitosa producción- y los capítulos 3 y 4 de “El gobierno de las emociones” de Victoria Camps, obra de la que no he concluido su lectura.
Todo esto que describo fue lo que produjo la siguiente reflexión, o de otra manera, a considerar la siguiente creencia como una realidad.
De entre todas las actividades que –en teoría- el individuo realiza o tiene “destinadas” realizar a lo largo de su existencia, es la del hábito de escribir la más importante de ellas. Esta actividad se ve, o se veía, promovida por la escuela, academia o educación. Uno toma apuntes desde el kínder hasta el último nivel académico que haya decidido o podido cursar y después verse libre de volver a practicar ese acto en toda su vida profesional.
En realidad no importa si estamos conscientes de lo que escribimos o no, el solo hecho de dejar constancia por escrito de ciertos símbolos que refieran a nuestro entorno es en sí mismo una meditación. “Escribir”, aunque sea palabras sin sentido, que no atiendan a reglas gramaticales, ortográficas, lingüísticas, es un acto que registra lo que en algún momento fue nuestro “aquí y ahora”.
Por lo anterior me parece que una buena actividad de profilaxis psico-emocional que deberíamos considerar durante esta etapa de regreso a la normalidad o adaptación a la nueva normalidad, es el de la escritura. Tener un diario, aunque sea para apuntar que el día de hoy es tan aburrido e insignificante como el de ayer, nos puede ayudar a reconocer y percibir que, tal vez, las cosas no cambiaron tanto como creíamos.