Hace casi un mes, con motivo de la muerte de Roberto Calasso, algunas librerías colocaron entre sus novedades “Cómo ordenar una biblioteca”; última obra publicada en español del escritor y editor. La hubiera comprado de no haber sido porque de reojo alcancé a ver “K.”, una suerte de exégesis biográfica que el italiano publicó sobre Franz Kafka en el 2002.
Por otro lado, en el ensayo “La inteligencia fracasada” del filósofo José Antonio Marina, leo que ochenta años antes, el 22 de enero de 1922, Kafka escribía en su diario que “con objeto de salvarme de eso que llaman nervios, he empezado, desde hace algún tiempo, a escribir un poco”, es decir, la literatura como terapia o meditación, tal como Levrero lo hizo con la caligrafía.
He mencionado anteriormente que pese a no llevar un orden preestablecido de lecturas, la casualidad ha jugado a favor de mis intereses y curiosidad, aunque no en mis habilidades sintéticas, sincréticas y narrativas. Así sucede que a lo largo de este año he hablado de violencia, meditación, pedagogía, posmodernismo, misticismo, ética, y un largo etcétera que por una u otra razón siempre terminan relacionados.
Ahora toca el turno a un breve tratado sobre qué es la inteligencia, o mejor dicho, cuál es el papel que juega en la consecución de nuestras metas y objetivos, hasta dónde nuestra capacidad intelectual es determinante de la realidad y en qué situaciones podemos estar seguros que éstas son producto de un fracaso de la inteligencia.
Marina nos introduce afirmando que “la inteligencia fracasa cuando es incapaz de ajustarse a la realidad, de comprender lo que pasa o lo que nos pasa, de solucionar los problemas afectivos o sociales o políticos; cuando se equivoca sistemáticamente, emprende metas disparatadas, o se empeña en usar medios ineficaces; cuando desaprovecha las ocasiones; cuando decide amargarse la vida; cuando se despeña por la crueldad o la violencia”.
Podemos observar que todos los fracasos se derivan, de igual manera, de situaciones colectivas o individuales. Si mi perspectiva no se ajusta a la realidad (objetiva), entonces hay probabilidad de que mi verdad (subjetiva) no sea congruente con el entorno; desaprovechar las ocasiones es como no aprender nada de los errores y experiencias que cometemos y nos acontecen, y finalmente, amargarse la vida como una decisión voluntaria y autónoma. El error de juicio en la elección sobre nuestro estado de ánimo.
“La inteligencia malograda” es el primer capítulo y en él esgrime que una persona muy inteligente puede malograr su vida por un comportamiento muy estúpido, como puede ser algo que él llama “tozudez del inversionista” y se refiere a esa mala práctica de permanecer o persistir en una conducta, solo porque hemos invertido mucho tiempo realizando esa conducta.
En el capítulo titulado “Los fracasos cognitivos” señala que todo error es un fracaso de la inteligencia, sin embargo, “reconocer la equivocación y aprovecharla es un alarde que ronda la genialidad”, lo que básicamente significa que para ser un genio basta con equivocarse y escarmentar a la primera. Una idea nada descabellada y bastante asequible.
Reconocer en cada error un fracaso de la inteligencia me pareció una manera tan perspicaz de relacionarla con la práctica que inmediatamente pensé en el béisbol, donde también se marcan los errores, como esas pequeñas acciones que parecen insignificantes por habituales, pero que conceden ventajas estratégicas al adversario.
El autor distingue tres tipos de fracasos cognitivos de la inteligencia, que combinados dan lugar a un cuarto, los primeros serían el prejuicio, la superstición y el dogmatismo. Su combinación sería el fanatismo.
Los capítulos tres y cuatro, “Los fracasos afectivos” y “Los lenguajes fracasados”, respectivamente, se relacionan con la temática de obras leídas recientemente o que tengo pendientes, por ejemplo, “La invención de la libertad” de Juan Arnau y “El gobierno de las emociones” de Victoria Camps, representan un diálogo con el capítulo tres; mientras que “La superación de la indiferencia” de Batthyány y “Teoría de la interpretación” de Ricoeur, pertenecen a la genealogía del cuarto capítulo.
“La inteligencia fracasada” de José Antonio Marina es, principalmente, un tratado de civismo, un manual de usuario para quien quiera presentarse en la vida pública buscando realizarse y, al mismo tiempo, mostrar el mejor ánimo de cooperación. El autor concluye argumentando que “el triunfo de la inteligencia personal es la felicidad. El triunfo de la inteligencia social es la justicia”.
Empecé el texto hablando de las casualidades y de cómo, un libro tras otro, siempre me encuentro con el mismo tema pero desde otra perspectiva. Pronto intentaré realizar un “Top 10 de ensayo filosófico para consumir como autoayuda”.