“El mundo de la percepción” es un pequeño tratado que reúne siete conferencias pronunciadas por el filósofo francés, influenciado por la escuela fenomenológica de Husserl, Maurice Merleau-Ponty.
Merleau-Ponty, al que en algunas ocasiones se le adscribe al existencialismo, fue fundador, junto a Sartre y de Beauvoir, de la revista “Les Temps Modernes”, donde participaron otros grandes pensadores como Samuel Beckett y Raymond Aron, y en la que también quedó registrada la disputa entre Camus y Sartre cuando la publicación de “El hombre rebelde”, del franco-argelino.
Son varios los motivos por los que tengo esta obra editada por el Fondo de Cultura Económica en las manos. Entre ellos, que apenas llega a las 86 páginas y porque no había leído al autor, pero la verdadera razón por la que decidí reseñar un libro que leí hace unos 5 meses, es que actualmente estoy leyendo “La invención de la libertad” de Juan Arnau, y la temática es muy similar.
Me explico. “El mundo de la percepción” fue mi primera incursión al mundo teórico de lo trascendental, es decir, del estudio de los acontecimientos, las impresiones, de toda apariencia o manifestación material o espiritual, en suma, de todo lo que puede nombrarse, describirse o es susceptible de comunicarse.
No tengo la certeza de estar siendo claro en lo que respecta a la dificultad para comprender una obra tan breve como compleja, y de manera aislada a cualquier otra lectura de su tipo, cuando señalo que la fenomenología aborda los problemas filosóficos supuestamente desde el ámbito místico, pero que en realidad tiene su fundamento en las cuestiones más básicas y primigenias de la existencia humana.
“El mundo de la percepción, es decir, aquel que nos revelan nuestros sentidos y la vida que hacemos, a primera vista parece el que mejor conocemos, ya que no se necesitan instrumentos ni cálculos para acceder a él, y, en apariencia, nos basta con abrir los ojos y dejarnos vivir para penetrarlo. Sin embargo, esto no es más que una falsa apariencia. Me gustaría mostrar que en una gran medida es ignorado por nosotros, mientras permanecemos en la actitud práctica o utilitaria; que hizo falta mucho tiempo, esfuerzos y cultura para ponerlo al desnudo, y que uno de los méritos del arte y el pensamiento modernos es hacernos redescubrir este mundo donde vivimos pero que siempre estamos tentados de olvidar”; estas palabras que aparecen en la contratapa no las comprendí hasta que leí las biografías de William James, Henri Bergson y Alfred North Whitehead, que componen la obra previamente mencionada de Juan Arnau.
Las conferencias se titulan “El mundo percibido y el mundo de la ciencia”, “Exploración del mundo percibido: (1) el espacio; (2) las cosas sensibles; (3) la animalidad”, “El hombre visto desde fuera”, “El arte y el mundo percibido”, y, “El mundo clásico y el mundo moderno”.
En ellos afirma cosas como que “uno de los rasgos, no sólo de las filosofías francesas, sino también de lo que un poco vagamente se llama el espíritu francés, es reconocer a la ciencia y los conocimientos científicos un valor tal que toda nuestra experiencia vivida del mundo resulta de un solo golpe desvalorizada”.
Unos cuantos párrafos arriba mencioné que lo trascendental es toda manifestación material o espiritual, por lo que la crítica Merleau-Pontyana residen precisamente en que, en la actualidad, el hombre común y corriente desestima las manifestaciones espirituales porque, aunque es capaz de sentirlas, prefiere negar su plausibilidad antes que abdicar de su pobre y mediocre capacidad para estudiar las cosas más banales, minúsculas y pueriles, sobre las que pueda disertar.
Pienso que no he dicho gran cosa de este libro, y aunque gracias a otra lectura súbitamente despertó en mí el interés por reseñarlo, la verdad es que no lo estoy recomendando; sentí la necesidad de escribir cualquier cosa sobre el mismo debido a que parece ser el primer síntoma de que nuevamente viene un cambio en el tipo de lectura que “azarosamente” hago, sobre la forma en la que interpreto lo que leo y el estilo en el que plasmo lo que supuestamente comprendo.
A propósito, cuando seleccioné la imagen que acompaña este texto consideré que era la adecuada porque, aunque es muy sosa, también es muy simbólica de la forma en la varios de los autores mencionados aquí, concebían el mundo real. Pensaban que el mundo material es solo una parte del cosmos y el resto puro espíritu; ninguno de estos mundos era real, sino que según la posición espacial del objeto que percibe y el que es percibido, se proyecta un acontecimiento en un tiempo específico -”durée” le llamaría Bergson- que posteriormente deriva en una impresión o memoria que da pie a la realidad.
Solo de esta capacidad de lo “espacial” para coincidir y mezclarse con un “tiempo” puede construirse el mundo de lo humano.