Es difícil leer un primer libro. Más aun, difícil escribir sobre un primer libro, sobre todo uno como este. No se trata, como han presumido algunos críticos con el colmillo bien afilado, de evaluar palabra por palabra una especie de calidad en potencia, un futuro cauteloso por venir, o tal vez cometer el pecado más grande de todos: augurar el éxito de una autora o autor que después se quede en el olvido.
Yo diría, mejor, que el olvido ya lo somos todos. Y así releo después de un tiempo este primer libro de Aurelia Cortés Peyron, con ojos renovados y con un mundo que se siente también a la vez más cerca y más lejos que nunca.
De las cosas que he visto se han vuelto prominentes en la pandemia del coronavirus y nuestras formas de vivir adentro es una preponderancia casi total de las narrativas. Esto responde, por supuesto, a la capacidad extraordinaria de la novela o de la ficción en general para construir universos muy extensos y complejos. También ha habido una casi enfermiza insinuación hacia retomar los hábitos de lectura que nunca han estado ahí para la inmensa mayoría de la población. La pregunta ante estas premisas es la siguiente: ¿de veras, en estos tiempos, necesitamos algo que nos ponga enfrente la inmensidad de la imaginación, los universos ajenos y vastos de la ficción?
Como una respuesta parcial, propongo una lectura, aunque parcial, de Alguien vivió aquí, un libro que construye en el verso un universo en el que no hay grandes espacios ni personajes distantes. Lo que la poesía, en especial la poesía que a mí me interesa leer en estos momentos, tiene para darnos es exactamente lo contrario a las grandes epopeyas. Cortés Peyron escribe en este primer libro la serie (también infinita) de espacios íntimos y cerrados en los que ahora vivimos. Un buen ejemplo es el poema “Desde la ventana”, del que cito un fragmento:
Miré desde mi ventana
muchas veces
sin que pasara nada:
la ciudad dormía cada noche
sumergida,
vi sus costados hincharse y ceder,
vi las luces acomodarse
en su lomo de pez abisal.
Mi anhelo era una marca de aliento
en el cristal,
el trueno de un relámpago
invisible.
De formas muy afortunadas, y como pasa con todos los libros que podamos leer, en algunos poemas más que en otros, Cortés Peyron escribe una serie de espectralidades que asechan al lector en cada página. Los poemas suceden en espacios dentro de una casa que pudiera ser cualquiera, pero que mientras vamos descubriendo sus matices, se nos revela como algo inmaterial. El sujeto dentro de estos poemas, que van desde facturas muy narrativas hasta convertir lo lírico en la materia del verso, articula el lenguaje con una sola vía. Pareciera, pues, que lo que leemos en este libro es una escritura desde el adentro hacia el afuera, como viendo por una ventana hacia una ciudad, un espacio que sigue su curso. Dentro, sin embargo, nos encontramos con el tiempo detenido.
Eventualmente, notamos que el “aquí” del poemario se trata de la casa sola de un familiar muerto. La casa, entonces, se convierte en una ausencia presente en donde la huella de nuestras vidas queda presa. Leamos un fragmento de “Consideración lucreciana o indiferencia de la materia”:
Si alguien vivió aquí ya no está:
no lo nota la madera
que cruje a veces sin razón,
la cama deshabitada no lo sabe,
las paredes, dormidas de pie
no se interrogan
y la ropa guarda su olor,
sin saberlo, en algún pliegue.
No lo nota el aire quieto,
no le extraña
no salirle al paso
a ese halo compacto de tibieza.
Una de las cosas más relevantes de este poema, que es una especie de culminación del libro entero, es que escribe con mucha delicadeza una verdad indiscutible en estos tiempos: si lo público, eso que está afuera, ha dejado de suceder, lo único que nos queda es nuestras pequeñas impresiones sobre las cosas. Pareciera aquí que estoy describiendo la escritura de Alguien vivió aquí con una tristeza innegable. Me disculpo, no es en lo absoluto como quiero hacerlo. Al revés. Hay un gozo, una dicha muy profunda en saber que la relación entre nosotros y los objetos de nuestra casa, entre nosotros mismos que nos damos a nuestros espacios, puede ser vista con estos ojos, con estos poemas.
Tal vez en el estado de emergencia en el que vivimos, necesitamos más bien una mirada más atenta que los universos de la ficción. La poesía, y sin duda la poesía de este libro, logra una política de la intimidad cuando la plaza pública está envuelta en la sensación de temernos a la distancia. La inmediatez de nuestros espacios se ve en estos textos como los vería un hijo único: una especie de magia que nos permite ver lo mismo todos los días con otros ojos. No necesitamos, entonces, sólo las grandes novelas y las sagas de 7 o más películas en estos momentos. Sugiero, mejor, la brevedad de estos poemas que con gran precisión nos describen sin conocernos del todo. Corran a comprarlo.