Por Adriana Esquivel y Jaime Armendáriz / Raíchali
Este reportaje forma parte del Hub de Periodismo de Investigación de la Frontera Norte, un proyecto del International Center for Journalists en alianza con el Border Center for Journalists and Bloggers.
Chihuahua.- La magia de un pueblo radica en su riqueza cultural, natural e histórica. Vive en su gente y en la forma en que han conservado sus tradiciones a través del tiempo y pese a la modernidad.
En Chihuahua, sólo tres localidades cubrieron esas características que el gobierno federal estableció como regla para entrar en el programa federal que busca impulsar el turismo en destinos únicos: Casas Grandes, Batopilas y Creel.
Este último, ubicado en el municipio de Bocoyna, es clave para el turismo estatal. Estación Creel no sólo tiene el primer paradero de la Sierra Tarahumara de la ruta del tren Chihuahua al Pacífico (Chepe), en sus alrededores se encuentran atractivos como el Lago de Arareco, el Valle de los Monjes y las Barrancas del Cobre.
Pero el apoyo prometido para mejorar la condición de vida de sus habitantes a través del turismo llegó sólo para imagen urbana, y los principales beneficiarios fueron sólo dos calles de no más de un kilómetro, mientras el territorio de Bocoyna es de 2 mil 710 kilómetros cuadrados.
La magia de este pueblo habitado principalmente por la etnia rarámuri se apagó poco a poco con la constante pavimentación de la avenida Gran Visión, en parques que nadie usa y hoy se encuentran destruidos; se alejó de los artesanos indígenas con la remodelación de las fachadas de restaurantes y tiendas de recuerdos de la calle Adolfo López Mateos.